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Destruyendo identidades

Ahora que la wikipedia está censurando rebelion.org, en solidaridad voy a enlazarles desde aquí. Hasta que los han censurado ni conocía el sitio. Desde entonces he leído sólo un par de artículos y me han parecido equiparables a los de cualquier periódico español o sitio equivalente (ninguno de los cuales es considerado tendencioso en la wikipedia). Considero que el procedimiento de eliminación de una fuente debería ser más abierto y participativo, en lugar de disparar primero y preguntar después, pero no es eso lo que quería comentar aquí.

Mientras leía en rebelion.org el artículo ‘La batalla de propaganda” , me ha llamado la atención la contundente frase con que la autora termina un artículo en el que, hablando de la maquinaria mediática de Estados Unidos, comenta su estrategia en Iraq de construir un parque de atracciones para convencer a la población de que el estilo de vida norteamericano es divertido: “Esto es una operación psicológica dirigida a la destrucción total de la identidad iraquí.” Me ha costado unos instantes entender que el tono con que lo dice es de desaprobación. Buscando una razón para semejante falta de empatía me he preguntado si sería que en el fondo estoy a favor de la destrucción de identidades.

Nunca lo había pensado y necesitaba saber la respuesta, así que he intentado el ejercicio de destruir mi identidad por el resto del día. Me ha costado empezar, la identidad no es como el móvil, que como lo llevas en el bolsillo todo el día siempre sabes dónde está. ¿Dónde leches tengo yo la identidad? He empezado por lo facilito, yo soy Enrique, así que he pedido a mis hijos que me llamasen Juan. La verdad es que una vez superada la novedad y las risas de mis hijos, ser llamado Enrique o Juan no ha supuesto ninguna diferencia, así que hemos atacado el problema desde otro ángulo.

En casa todos sabemos castellano, catalán y (algunos en menor medida) japonés, pero sólo empleamos el castellano y el japonés regularmente. Hemos pasado a tratarnos exclusivamente en catalán y tampoco ha habido ningún problema, nos entendíamos perfectamente y nos hemos reido lo mismo. ¡Joder! Que no tengo todo el día para destruirme la identidad.

Así que he hecho lo que tenía que haber hecho desde el principio, he dejado el problema en manos de mis hijos.

- Que quiero destruirme la identidad
- Papá, ¿qué es la identidad?
- …

Lo hemos buscado en el Diccionari de l’Enciclopèdia, por ser coherentes con el momento, y hemos elegido las acepciones segunda y séptima como más aproximadas a lo que queríamos: “Qualitat d’ésser una persona o cosa ella mateixa” y “Propietat de l’individu humà de mantenir constantment la pròpia personalitat“. Ahora, mientras escribo esto, lo he buscado en el DRAE y no me han salido cosas demasiado diferentes en los significados segundo y tercero “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás” y “Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás“. Eso me da una idea de por qué me ha fallado la experimentación con el idioma. Había que ir más allá.

Yo me he pedido “Buleria” de David Bisbal, mi hija “Hells Bells” de AC/DC y a mi hijo le he asignado ‘Melina” de Camilo Sesto con un punto de maldad. Afortunadamente tengo algunos CDs que compré con canon en España y les he podido copiar las canciones de mi colección con la conciencia tranquila, que no está el horno para bollos (a David Bisbal no me ha quedado otra que buscarlo en youtube). Al cabo de unos minutos tarareabamos las canciones correspondientes con dedicación. Yo he notado un ligero vértigo, similar al que se siente cuando subes en un ascensor exprés, pero ni siquiera ha sido incómodo, hay gente que se sube a una montaña rusa para sentir algo parecido. Por ahí tampoco íbamos bien. Entonces mi hija a dado un paso que nos ha encaminado por la senda correcta.

- Papá, lo que tenemos que hacer es hacer todos lo mismo que otra persona, así no tendremos identidad.

Bien. Mi mujer ha entrado en ese momento y a partir de ahí había cuatro de todo. Cuatro personas abriendo el grifo para llenar la tetera, encendiendo el gas, sacando el té, gritando “dejad de copiarme ya de una vez (pero en japonés)”, riendo, enfadándose, sentándose, levantándose, saliendo por la puerta, bajando las escaleras, poniéndose los zapatos y, en un momento de absoluta belleza metafísica, una sola dividiendo el ser por el procedimiento de subirse en la única bicicleta que tenemos y dejándonos otra vez individuales e identificados. La verdad es que ya nos estábamos empezando a aburrir, la ausencia de identidad no es divertida más que un ratito, es mejor cuando hay varias en el cocido.

Teníamos que ser diferentes. Mi hijo se ha puesto unas faldas de su hermana, mi hija se ha vestido como ha podido con la ropa que podía ponerse de mi hijo y yo he cogido una camisa que nunca me pongo porque no me gusta. Por definir algún rasgo común, todos nos hemos atado una corbata en la frente y hemos adoptado la costumbre de sacudirla con la mano cada vez que nos veíamos a modo de saludo. Ha sido divertido, hasta que ha llegado mi esposa, ha pensado que nos burlábamos de ella con nuestra cordialidad y se ha marchado otra vez sin bajarse de la bici. Qué difícil es entender identidades tan diferentes de la de uno mismo sin pararse a preguntar.

Ya estábamos lanzados, hemos elegido cosas que odiar. Mi hija se ha pedido las mesas, yo el sofá y mi mujer, regresada y apaciguada, la letra jota. Mi hijo ha decidido odiar el azul del cielo. Mal. Nos hemos puesto todos de mal humor. Mi hija no quería comer, yo no podía ni acercarme a la tele y mi mujer se atenazaba cada vez que alguien decía menjar. Mi hijo no quería salir de debajo de la cama. Esto hubiera dado al traste con el experimento si no hubiera sido porque mi esposa ha sugerido que dejásemos de odiar. Menudo cambio de identidad. Total que hemos empezado a sonreir de nuevo.

Cambiar algunas de las cosas que hacemos habitualmente ha sido divertido, pero no ha modificado sustancialmente nuestra forma de ser, como mucho nos ha modificado el ánimo puntualmente. Nuestro ser íntimo no es tan sencillo de cambiar sin cirugía radical, desde luego un parque de atracciones no parece una amenaza para nuestro ser. Y aunque lo fuera, no parece tan tremendo que pase a gustarnos. No es que las tradiciones no tengan valor, es que no hay que tomárselas demasiado en serio. Mientras nos proporcionan calor, bienvenidas sean. Pero en cuanto nos encienden, a la mierda los churros y bienvenido el chucrut.

Mañana vamos a elegir himno y bailes regionales varios.