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Tercero

Entre lo pesado que me resulta leer los periódicos por internet y lo poco que me reconforta hacerlo, he vivido dislocado de la historia todo el mes pasado, esto puede haber influido en mi silencio, pero creo que la desidia ha sido más bien por el tremendo calor que hace aquí últimamente. He estado en una especie de letargo de estío del que he salido hoy a base de fuerza de voluntad prestada por los que me habéis escrito y aire acondicionado. Antes de nada, he pasado un tiempo esta mañana recomponiendo mi imagen del mundo y la indignación que normalmente esparzo sobre varias semanas me la he tenido que tragar untada sobre unas solas horas. En realidad no ha sido nada original, todos sabemos que el mundo esta lleno de imbéciles y no debería sorprenderme que estén repartidos de forma equitativa, pero hay días que parece que los tres poderes al completo pertenezcan a esa categoría. De repente el mundo se me ha hecho cuesta arriba otra vez.

¿Es esto inevitable?

No, no lo es. He pasado unos minutos (varios, bueno bastantes) aturdido y luego he repasado las alternativas de siempre: holocausto, suicidio o utopía.

Lo del holocausto siempre se me presenta como la primera alternativa, debe ser por aquello de la velocidad del cerebro de reptil. Si consiguiera matar a todos los seres despreciables se acabarían los problemas… ¿o no? En cuanto el fugaz impulso pasa de mi amígdala a una parte más pausada aparecen los problemas: ¿cómo identificamos a un ser despreciable? ¿y sí me equivoco? ¿es ser de la SGAE motivo suficiente? ¿no parece un poco excesivo? ¿dónde ponemos la barrera?

Inevitablemente, una vez empiezo a hacerme estas preguntas, se me pasa por la cabeza la teoría del 95%: “En cualquier actividad en que participe un grupo de personas, al menos el 95% de ellas está equivocado”. Y esto siempre me lleva al corolario “Lo más probable es que no tengas ni puta idea de lo que estás diciendo”. De ahí a plantearse el suicidio va un trecho corto, principalmente impulsado también por el cerebro descerebrado primordial.

Pero el suicidio tiene un problema cuando eres ateo. Si la palabra luego no tiene sentido una vez te mueres y vivir es lo único que tienes, mejor vivir mal que no vivir, o al menos espérate a que tu cerebro más moderno esté convencido de que el suicidio es la única solución (y nunca pierdas de vista el corolario anterior). Total que volvemos otra vez al problema de solucionar el mundo. Y entonces es cuando aparecen las flores y los arco iris: seguro que si nos lo proponemos conseguimos vivir todos juntos en paz como buenos hermanos… UTOPIA.

Como todos, yo también tengo mis recetas para solucionar los problemas del mundo y las mías son mejores que las de los demás, pero, como las de todos, son una puritita fantasía irrealizable. Principalmente por otro corolario de la teoría del 95%: “Cualquier norma de conducta que plantees a un grupo de personas será rechazada por al menos el 95% de ellos” y además ¿os había comentado que el mundo está lleno de imbéciles? Total que no hay solución.

O sí la hay.

Deja de preocuparte por lo que no puedes cambiar. La vida es una montaña rusa que sube y baja al ritmo en que la empujan grupos de personas a las que no puedes controlar. Si mañana se despierta todo el mundo decidido a matar a todos los que tienen el pelo azul más te vale teñírtelo de verde o convertirte en un mártir con la esperanza de cambiar el curso de la marea. Lo que no puedes hacer es evitar que el agua se mueva.

Todos sabemos lo que hay que hacer en una montaña rusa y esto nos lleva finalmente al tercer mandamiento (y mira que me ha costado):

“Disfrutarás de la montaña rusa, siempre.”

{ 1 } Comments

  1. Israel | 23/08/2008 at 17:22 | Permalink

    Yo estuve en la montaña rusa del Parque Warner hace dos días y me lo pasé genial…

    Un abrazo enorme!!!

    Israel