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Propósitos de año nuevo

  1. Evitar las erupciones.
  2. Hace ya muchos años, en plena pubertad, me noté un bulto en la coronilla y trágicamente, como hacen todo los adolescentes, pensé que sería otro grano. Tardé en darme cuenta de lo equivocado que estaba las tres décimas de segundo que pasaron desde que palpé la irregularidad hasta que decidí reventarla. Estaba preparado para el dolor, la juventud no fue bondadosa con mi pellejo, pero no lo estaba para el lugar: me quemé los dedos. Una quemadura de churruscar, no de enrojecer, las yemas del índice y pulgar estaban negras. Simultáneamente me embargó un ataque de mala leche y lo ví todo rojo. Una mirada al espejo sosteniendo otro sobre mi cabeza me calmó de golpe, lo que tenía ahí no era un grano, era un volcán, de los de verdad, como el de Pompeya.

    La masa de pus que almacenaba mi cuerpo adolescente para expulsarla por los diversos orificios que se autopracticaban de forma conveniente, especialmente en mi cara y espalda, se había combinado de forma fatal con las cantidades ingentes de tabasco que consumía yo por aquella época dando lugar a un líquido corrosivo que combinado con mi afición al yoga me creó por precipitación un depósito bajo el colodrillo. Aun entonces, la fétida sustancia no hubiera llegado a ser magma si no hubiera hecho necesaria una radiografía un cajón hábilmente desencajado del armario por mi hermana y que me golpeó en un pie. Como en un tebeo, la radiación transformó la masa de residuo médico a geotérmico y el resto del proceso fue tectónico, abriéndose camino de alguna forma por entre las placas de mi cráneo hasta llegar a la cima.

    Y así desde entonces.

    Por alguna razón mi cuero cabelludo es indiferente al calor desprendido por el magma que vierte el volcán en sus erupciones periódicas, pero mi cerebro no, y parte del calor absorbido por mi lóbulo parietal se transforma en ira que brota por mis ojos y mi boca con cada estallido.

    Ningún médico quiere arriegarse a proceder a la extirpación, porque los bisturís se funden al entrar en contacto con la materia, pero necesito aprender a controlarla, especialmente ahora que mi hija está por llegar a la edad crítica, no vaya a ser que tenga un problema similar y necesite consejo.

  3. Nadar cerca de la superfície.
  4. Tengo tendencia a bucear en tangentes hasta profundidades abisales. Cada tarea que empiezo acaba convirtiéndose en un laberinto por el que navego siguiendo un criterio parecido al que emplean las urracas: voy a por lo que brille más en un momento dado. Sólo hay que ver la pantalla de mi ordenador: mientras escribo esto tengo abiertas treinta y nueve ventanas y eso que hace un rato hice un poco de limpieza; de las treinta y nueve, diez son ventanas del navegador de internet, que tienen en total noventa y tres pestañas abiertas. Esto no sucede únicamente en mi ordenador.

    Afortunadamente el ejercicio de memoria que hice el año pasado me ayuda a mantener una lista de las bifurcaciones importantes que me permite retornar al punto de partida, pero necesito un criterio más claro a la hora de emprender desvíos del camino principal, pues muchas veces los frutos son discutibles.

    Este es el año de definirlo y aplicarlo.

  5. Elegir y persistir.Tras la experiencia del año pasado creo que puedo avanzar un paso más y eliminar el tercer criterio de tría. Así:
    • si la opción es entre colores, siempre optar por el color más cercano al rojo en el arcoiris, porque el rojo es pasión.
    • si la opción es entre sabores, siempre optar por el más dulce, esto seguramente me fastidiará el páncreas, pero me mejorará la disposición.
    • si no hay colores ni sabores, no vale la pena elegir.
  6. Mantendré vigente la excepción detallada el año pasado, no vayamos a pasarnos con la rigidez.