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Asombro

Cuando se estrenó La Guerra de las Galaxias yo tenía ocho años. Hacía poco que había descubierto que en el cine echaban otras películas aparte del Robin Hood de Disney, lo primero que vi en el cine. Y también lo segundo, tercero y cuarto.

Estoy hablando de cuando los multicines eran una aberración por venir y las salas tenían pantallas gigantescas, de cuando sentarse en las primeras filas implicaba mover el cuello de un lado a otro para ver la acción que transcurría en los extremos. También hablo de cuando mi cerebro se inventaba los colores de lo que veía en la tele. Aún hoy recuerdo el rojo de la manzana del anuncio de Ajax, algo imposible, porque mi tele era en blanco y negro. Cuando se empezaron a vender las primeras televisiones en color me sorprendió aprender en el colegio por boca de uno mis compañeros de colegio más privilegiados que la baba que escupía el monstruo de tres cabezas que luchaba contra Mazinger Z era rosa, cuando yo la había visto claramente verde.

Pero divago. Me perdí el estreno de La Guerra de las Galaxias porque era el único de la familia que la quería ver. Por aquella época había visto algún episodio de Espacio 1999 y estaba enganchado a la ciencia ficción, pero mis padres no, y mis abuelos tampoco. Una lástima, porque de ellos dependía para ir al cine. Total que me quedé con las ganas. Por supuesto coleccioné los cromos y recorté las fotos de las revistas, pero la película no la había visto.

Paso un año y luego otro y por fin la re-estrenaron en un cine en mi ciudad. Esta vez no me la perdía. Machaqué a mi abuelo con ruegos y súplicas, tanto que al final me llevó él al cine. Creo que es la única vez que fuimos juntos, normalmente el cine era cosa de mi abuela. Hicimos una cola del demonio, nos sentamos en un asiento a mitad cine y delante tenía un monstruo de tío que no me dejaba ver. Me senté sobre el asiento plegado, tapando a la señora que tenía atrás y causando una discusión entre ella y mi abuelo que no parecía comprender por qué un adulto iba a querer ver semejante bodrio.

- ¡Deje al niño que vea, mujer! – le dijo a la señora como si fuera lo más lógico del mundo.

Yo me sentía culpable por tapar a la pobre señora. Hasta que se apagaron las luces y sonó la música y aparecieron las letras y me quedé embobado… no dejé de sonreír hasta que volvieron a encenderse. Eso fue hace unos treinta años. No me había vuelto a pasar.

Hasta que he ido a ver Avatar en 3D. Ha sido mi primera experiencia en cine tridimensional y he vuelto a notar una sonrisa en mi cara de las que no se quitan. La historia no tiene nada especial. En otro sitio he visto una definición perfecta: “Pocahontas con elfos azules”. El guión hace agujeros por todas partes cuando no está escupiendo refritos, pero aún así, me ha hecho recuperar la ilusión de ir al cine.

A ver si vienen más como esta.

{ 1 } Comments

  1. Quique | 03/02/2010 at 13:49 | Permalink

    Totalmente de acuerdo.