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Capítulo 3

Descubrimiento

Adrián estaba tendido en su camilla pensando en todo lo que le había pasado cuando Margarita apartó las cortinas para entrar con la bandeja de las medicinas en la mano.

- ¿Cómo te encuentras hoy? – dijo la enfermera – Tienes mejor cara que ayer.

Esa era la misma frase que había utilizado al entrar cada mañana desde que estaba ingresado en el hospital. Adrián sabía que le debería haber tocado disfrutar de algún permiso semanal en ese tiempo, lo había estudiado en los videos, pero Margarita había aparecido puntual cada día a las 7:30. Era la mejor parte del día para Adrián, el resto lo pasaba en un laboratorio respondiendo preguntas o proporcionando fluidos y muestras de tejido. Todavía no había pronunciado ningún sonido, a pesar de que según los informes, su aparato fonador y el área de Broca estaban intactos y en perfecto estado y parecía responder a los estímulos y gestos de los investigadores y personal sanitario.

Margarita les dió las medicinas y se despidió como cada día. Su visita había sido breve, algunos días se sentaba al borde de la cama de Adrián para pensar en sus cosas en voz alta. Ella le había puesto el nombre de Adrián. Nadie más le llamaba así, para el resto era BN-23. Pero el segundo día le había llamado Adrián y al hacerlo, le había dado la identidad que sin saberlo había buscado toda su vida.

La cotidaneidad que le había producido estrés en su vida anterior le calmaba con Margarita y se fue a dormir tranquilo, sabiendo que el día siguiente iba a empezar como el actual.

La mañana llegó y Adrián miró hacia la cortina, pero la enfermera no apareció. Ni ese día ni al siguiente, ni al siguiente. Adrián permaneció impasible, pero no dejó de preguntarse ni un segundo de esos tres días si todo había sido una trampa. Una reacción por su parte hubiera sido inconcebible por el tipo de vida que había llevado y sin embargo se sentía muerto por dentro. Al cuarto día Margarita entró a su hora, pero no dijo nada al entrar. Les dió las medicinas y se fue. Adrián no dejó de pensar si estaría actuando. El día siguiente fue igual, pero además Margarita tenía unas ojeras enormes. Así pasaron tres días más, en los que los ojos de ella, apenas se cruzaban con los de él, parpadeaban y miraban a otro lado. El mínimo roce accidental la hacía saltar. La penúltima tarde la vió llorar por segunda vez.

– Hoy me siento bien, pero tú pareces preocupada – dijo Adrián al día siguiente cuando la enfermera traspasó la cortina. La bandeja cayó al suelo y Margarita detrás. Adrián se arrodillo a su lado y ella levantó la vista y dijo – lo siento – a la vez que acariciaba su mejilla. Fue la última vez que se vieron.

Los hombres de negro entraron en la tienda y separaron a BN-23 de sus hermanos. Tampoco los volvería a ver nunca más. Le metieron en un coche negro y le vendaron los ojos, una medida absurda. Cuando se detuvieron poco menos de tres horas después, Adrián sabía exactamente donde estaban: bajo tierra en el complejo subterráneo en Minas de Riotinto, otra carcel más. Lo único que lamentaba era la forma en que había llegado hasta ahí. Por lo demás todo iba como estaba planeado. ¡Quién hubiera supuesto que le iba a tocar a él!

El complejo subterráneo en Minas de Riotinto era un centro secreto de investigación de la Organización por la Defensa de la Democracia, la rama paramilitar del asiento republicano en el congreso de Estados Unidos. La ODD empezó como un lobboly más de entre los que surgieron a finales de la primera década del milenio en el extraño giro que tomó la política americana en que se abrió la posibilidad de encauzar fondos de los propios presupuestos del estado a los lobbys encargados de influir en las decisiones del congreso que a su vez servían para establecer el presupuesto y de esta forma eliminar las trabas que suponían las empresas de paja y diversos intermediarios que facilitaban el tránsito hasta ese momento. Tras promover varias resoluciones del congreso que ponían estrictas condiciones a cualquier compañía que pretendiera realizar labores o misiones militares y que efectivamente restringían la elección de compañías privadas a una: Bellybutton, ODD se constituyó como organización no gubernamental de investigación científica, la primera con ejército propio, y formó su consejo directivo a base congresistas recientemente retirados.

Dieciséis años más tarde Bellybutton era una empresa con un capital equivalente al 20% del producto interior bruto de EEUU que hacía generosas donaciones desgravables a ODD, tanto en forma monetaria como en equipamiento para sus fuerzas armadas, con base oficial en 70 países, entre los que no se encontraba España y bases extraoficiales en otros 30 países, entre los que sí se encontraba España. Extraoficialmente.

No eran las instalaciones de ODD lo único secreto en territorio peninsular. La progresiva desertización de la meseta castellana, había traido consigo el abandono de las ciudades del interior por las de la costa y el traslado de la capital del reino y los órganos de gobierno a Alicante y de la residencia real a Mallorca. Esto hacía de la meseta castellana, sin ningún tipo de contaminación electromagnética pero fácilmente accesible por la red de carreteras, un lugar privilegiado para la observación del espacio. Se habían establecido diferentes observatorios, el menos publicitado de los cuales era la última formación de telescopios Allen en funcionamiento en el planeta. Instalada en algún lugar entre Tomelloso y Campo de Criptana, ese tipo de telescopio tenía un único objetivo: la detección de vida extraterrestre, y durante dos meses había estado detectándola en cantidades ingentes.

El Dr. Jorge Peñarrubia, astrónomo insigne con más de treinta cuerpos celestes con su nombre y un paladín con 1,78e17 puntos de experiencia en la partida de dragones y mazmorras que jugaba sólo en su ordenador de bolsillo desde que tenía diecisiete años, solía ver cohetes después de hacer el amor. Algo no tan extraño si consideramos lo infrecuente de semejante acontecimiento. La noche de martes empezó mal: Tresnublos, el paladín invencible, murió a manos de una masa gelatinosa que recubría el interior de un manto de invisibilidad. Jorge no se sentía con ánimos de ir a pasear al perro, pero Capuchón, llamado así por razones poco claras, estaba frenético husmeando las patas de los muebles, los rincones y las pelotas de su amo, por lo que no tuvo más remedio que calzarse las botas y salir a dar una vuelta de todas formas.

Las estrellas le saludaron de inmediato desde el cielo dándole un poco de paz y recordándole lo mucho que le gustaba ese sitio. No necesitaba ni linterna. Capuchón salió disparado hacia los árboles, regó un par de troncos y unos matorrales y de pronto se quedó quieto, escuchando. Jorge también paró. Tras unos segundos de meditación, el chucho salió disparado detrás una ardilla. La experiencia decía que lo máximo que debía temer el animalejo era sufrir un infarto durante la persecución. En los siete años que llevaban repitiendo el ritual, el marcador seguía a cero para el perro. La ardilla saltaba de copa en copa de los árboles, bajando de vez en cuando al suelo para… ¿qué? Parecía que para animar al perro. Una ardilla simpática. Los ladridos de Capuchón se fueron adentrando en el bosque que lindaba con el observatorio. Ya que estaban, Jorge pensó ir a echar un vistazo a los telescopios y de paso ver si había algún trabajo de mantenimiento que hacer en el centro de control: llenar algún cebo con matarratas o retirar alguna rata en estado de descomposición.

Finalmente la raza humana iba a comprender que no estaba sola en el universo. La reacción no iba a ser todo lo buena que hubiera sido de esperar, pero el pedazo de cohete que surcaría los cielos como resultado no lo había visto Jorge ni en sueños.

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