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07/11 – Don Marmitaco

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El comisario se despertó ligero, como si la vida le hubiera perdonado algunos capítulos. Enseguida sonó el teléfono y se dio cuenta de que no le había perdonado nada, estaba haciendo acopio de desgracias para entregárselas al por mayor. Parecía un saldo. Trescientos sesenta y cuatro cuerpos en cuarenta y ocho horas, manteniendo un confortable ritmo de 7 personas y media por hora. Afortunadamente había sido por toda la ciudad y no sólo en su demarcación, porque sino a estas horas ya estaba pidiendo en el metro. Lo primero que hizo fue llamar a Marlonbé, si alguien sabía algo, debía ser él.

Marlonbé no se podía poner al teléfono en ese momento, estaba encerrado en el baño con cagarrinas. Todo había empezado la mañana del día anterior. El “Rincón para enamorados III (Bodas. bautizos y comuniones)”, parte de la cadena que servía de tapadera a Don Marmitaco para lavar dinero (siempre completo imposible conseguir reservar), se había ido llenando de peces gordos desde bien temprano. Luego había explotado. Su primer pensamiento había sido para para Don Giovanni: su primera incursión y ya se había cargado a casi toda la organización. Luego, sin embargo, se había enterado del rumor y había seguido emocionado la trágica persecución de local en local. Hasta diez parecía que habían dado con los traidores y diez veces que habían fallado. Cuando se dio cuenta de que no iba a haber un local once y que todas las víctimas, por llamarlos de alguna manera, eran gente del Don local había empezado a temblar. ¿Tan buena puntería tenían los calabreses?

El Don le había llamado a eso del mediodía del segundo dia del desastre, desesperado porque no podía contactar con nadie. Por las noticias veía como iban explotando locales y casas, pero nadie le cogía el teléfono. Marlonbé no le fue de mucha ayuda, pero una frase del Don “a ver si lo del monje no fue una buena idea” le había contagiado la inquietud. Él había sido el que había recomendado a los monjes a su amigo del alma y aunque había hecho lo indecible por intentar disuadir al Don del numerito de los peces, ahora también se sentía en el punto de mira del exterminador profesional. ¡En mala hora! Ahí le había empezado el mal cuerpo.

El Don murió a eso de las doce de la noche. Sus restos fueron encontrados a las pocas horas por los bomberos que acudieron porque los vecinos olían a quemado. Curiosamente la única cosa achicharrada en todo el piso era la puerta del dormitorio del Don. Alguien había carbonizado cuidadosamente la madera, poniendo cuidado de que no se extendiera el incendio. Debía haberle llevado unas cuantas horas de vigilancia con el extintor controlando las llamas pero dejando que ardiera la puerta. Los bomberos contemplaban admirados la escena mientras la policía hacía su trabajo de recogida.

La misma razón que le había llevado al lavabo acabó haciéndole salir. Llega un punto en que hay que aprovisionar de agua o uno muere de deshidratación. Marlonbé estaba preparándose un vaso de reconstituyente isotónico cuando sonó el timbre. Cogió el teléfono convencido de estar contestando a la mismísima muerte.

- Marlonbé, ¿qué sabes?- le preguntó la voz familiar del comisario de policia.
La relación con el comisario era todo lo que puede ser la relación entre un maleante confeso y un policía incorruptible: estrecha y cordial. Ambos veían en el otro a su media naranja, en un sentido no romántico y únicamente de remate. Cada uno por su lado eran un cliché andante sin sorpresas posibles, pero entre los dos se convertían en un cualquiera, alguien lleno de dudas e incógnitas con una vida digna de ser narrada.

- Nada- contestó, por tanto, Marlonbé. Sin darse cuenta de su papel de extra cuya única importancia era encaminar al comisario hacia el enfrentamiento decisivo. Esa única palabra había añadido miles a la vida del comisario, que sin la ayuda de Marlobé iba a necesitar un suceso fortuito para dar con la información que necesitaba para resolver el caso. A Marlonbé ya sólo le quedaba oír un gatillo amartillado con recochineo a sus espaldas, medio girarse a la vez que decía “Comis…” y morir cuando la bala esparció sus últimos pensamientos por toda la habitación.

El comisario escuchó el disparo y sintió el manto de la simplicidad caer de nuevo sobre sus hombros. Se levantó y gritó a su inspector jefe:

- Pascual, envía todas las patrullas disponibles al 64 de la calle del pez, en los bajos ha habido un asesinato, está relacionado con la masacre de estos últimos días. La víctima es un varón de unos cuarenta y seis años, gordo y posiblemente en camiseta imperio.

A continuación abrió el cajón de su escritorio y se sirvió un traguito, algo que sólo hacía en momentos de máxima obviedad.

El forense determinó que la muerte de Marcos Leonardo Bolillo, alias Marlonbé, fue provocada por el impacto de un proyectil tipo .357 SIG de manufactura artesanal y envoltura metálica, munición difícil de disparar con un arma convencional. Típicamente el laboratorio de criminalística no hubiera sido capaz de dar demasiada información sobre un calibre extraño disparado por un arma modificada, pero en las últimas horas habían llegado trescientos sesenta y cuatro cuerpos víctimas de muerte violenta a la morgue y más o menos dos tercios presentaban heridas provocadas por el mismo arma e idéntica munición. Se había montado una sala de autopsias móvil en los jardines del depósito de cadáveres y se habían fletado autocares con forenses voluntarios de poblaciones cercanas. La mitad de policía científica estaba disfrutando extrapolando factores de penetración, trayectorias y salpicaduras, mientras la otra extraía cojinetes y claveles de un grupo de comensales.

El informe final del laboratorio indicaba que, si bien todos los proyectiles disparados presentaban características comunes, como si hubieran sido disparados por el mismo arma, las trayectorias parecían indicar tiradores diferentes, además de que el número de cuerpos hacía improbable un único adversario. Era probable que las armas compartieran constructor y que este fuera algún artesano conocido en el mundillo, no había mucha gente capaz de duplicar cañones y percutores. No se habían encontrado huellas dactilares ni en los proyectiles recuperados medianamente intactos, ni en las vainas de los mismos, que tampoco tenían ningún rasgo distintivo y parecían haber sido producidas en un taller particular, puesto que no presentaban ninguna marca distintiva. Curiosamente el número de balas disparadas era inferior al de cuerpos impactados, habiéndose descubierto que algunos disparos atravesaron a más de una persona, en un caso particular tres individuos resultaron muertos por una trayectoria cuello-cuello-ojo de la misma bala, una casualidad singular.

Que no era ninguna casualidad. El asesino había estado perfecto. No había fallado un solo tiro, había hecho dobles y hasta un triple inverosímil producto de una alineación fortuita, buen ojo y un salto a tiempo. Cada disparo lo había realizado desde una altura diferente e intercambiando la mano derecha y la izquierda, para divertir a los investigadores y probar su coordinación. Y el resultado de un trabajo tan bien hecho era que, gracias al informe de balística, ahora la policía iba a perder el tiempo buscando algún experto en armamento sin escrúpulos y capaz de fabricar varias armas gemelas. Los expertos barajaban un mínimo de cinco.

La única cosa que el asesino no lograba explicarse era porqué todo lo había hecho llevando gafas de sol y un abrigo largo de cuero negro. ¡Y unas botas militares con remates de metal cromado! Recordaba preparar el equipo vestido como siempre que no estaba en una misión: una camisa, unos pantalones del armario y descalzo, como iba siempre por la casa. Dado que la contienda con Don Marmitaco no era un encargo, no hacía falta un disfraz particular, así que no tenía intención de cambiarse, unos zapatos cómodos y listo. Era incapaz de adivinar por qué había acabado vestido de aquella forma ridícula, parecía un personaje de videojuego. Tenía una memoria vaga de haberse anudado los lazos de las botas con violencia y también de llevarse las gafas a la cara y quedarse quieto unos segundos, como posando para algo. Quizás pensaba en qué demonios iba a hacer cuando se hiciera de noche, aunque por lo visto se las había apañado la mar de bien. No sabía de dónde había salido el abrigo negro de piel. Afortunadamente, mientras empezaba a preocuparse de verdad, llegó un sobre por debajo de la puerta. Naranja. Leopoldo el neurólogo.

Le venía de perlas, pediría una cita con el doctor para ver qué le pasaba en la cabeza. Gracias al sobre naranja tenía hasta cinco rondas de reconocimiento del terreno, que podían traducirse en tantas consultas estirando un poco las reglas. Ir travestido no le iba a causar ningún problema y ya vería cómo se las ingeniaba para colar el arco largo inglés y las flechas en todo el tinglado. La noche anterior no había cenado, así que iría en coche.

Pidió hora para el día siguiente, viernes, y se preparó un buen bisté para cenar, con patatas. Mientras hacía la digestión preparó el vestido y buscó unos zapatos de tacón a juego. Luego se depiló las piernas y se puso una loción hidratante antes de irse a dormir.

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