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08/11 – Leopoldo el neurólogo

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El día amaneció oscuro y enfurruñado, pero a medida que el sol ascendió en el cielo la mañana clareó dulce en un torpe paralelismo con la transformación a que se sometió el asesino para asistir a su primera cita con el doctor.

- ¿Es su primera visita? – le preguntó la recepcionista.

- Si- contestó Milena.

Milena era una mujer segura de si misma que, por el hecho de estar asistiendo a la consulta del médico, por una vez no pretendía pasar por tal, sino que asistía como el transexual que era.  Hay cosas que un médico no puede evitar notar y no hay que llamar la atención por orgullo cuando lo que pretende uno es matar a otro sin que se dé cuenta, especialmente si quiere un diagnóstico previo.

El asesino no había asistido al Actor´s Studio, pero hubiera llenado de orgullo a cualquiera de sus profesores como alumno. Cuando adoptaba el aspecto de alguien se convertía en esa persona completamente, exceptuando la habilidad que poseía, indistintamente de cuál fuera el disfraz, para terminar con la vida de sus congéneres.

- ¿Nombre?

- En el carné dice Luis Merino, pero prefiero Milena Merino.

- ¿Dirección?

- Calle del Pez, 64, Bajos.

- ¿Me deja la tarjeta de la mutua?

- Aquí tiene.

- Pase a la salita de espera que el doctor la atenderá enseguida, Milena.

Milena dio los buenos días y se sentó en una de las sillas de la consulta. De momento, exceptuando una breve sensación de intrascendencia durante la breve conversación con la recepcionista, el día transcurría normal. No había imaginado nada sobre el neurólogo ni había leído ningún oscuro significado en la decoración de la consulta. Todos los desarrollos posibles de la visita le parecían razonables y acudía preparado para cualquiera de ellos. La esperanza de que las sensaciones de los días anteriores hubieran desaparecido se rompió en el breve instante en que la mujer cruzó por delante de la sala de espera. Breve porque debió de serlo objetivamente, sesenta centímetros de puerta a un paso normal. Al asesino le pareció que transcurría a cámara lenta. Sin ninguna razón, la mujer le hizo palpitar el corazón como en una novela barata o una película de acción de serie Z. Sin dolor no parecía un ataque al corazón, pero le palpitaban las sienes y el pecho… y las palomas. Fue un destello únicamente, pero le pareció ver unas alas blancas agitándose. La sensación desapareció tan pronto como había venido, pero con la promesa de volver pronto.

- Milena, ya puedes pasar.

El consultorio del Dr. Pardo no tenía nada destacable que requiriese una descripción detallada. Una mesa y unas sillas, algún título en la pared y una estantería con libros.

- Buenos días, siéntese Milena, por favor. – dijo el Dr. Pardo- Dígame usted que le trae por aquí.

Milena se tomó algunos segundos antes de responder, aunque traía la respuesta preparada.

- Tengo ataques durante los que cambia por completo mi forma de percibir la realidad. No pierdo la conciencia y sigo siendo capaz de razonar, pero mis sensaciones dejan de ser las habituales. Hay momentos en que me parece ver la realidad de forma diferente, como si fuera una cosa obvia y trivial. Otras veces me siento como si los detalles más insignificantes estuvieran cargados de significados complejos. También tengo premoniciones. Estos episodios siempre suceden de repente, sin avisar y también paran de golpe.

- Puede ponerme un ejemplo.

- El otro día, estuve leyendo la superficie de una puerta de madera. Una puerta simple, de madera barnizada.

- Y ¿qué fue lo que leyó?

- En aquel momento me pareció que el carpintero había encerrado en ella el secreto de la vida y que me estaba invitando a vivir libremente.

- ¿Se sintió mareada o torpe mientras sucedía?.

- Tremendamente cansada, pero en ningún momento torpe.

- ¿Dolor?

- En alguna ocasión, por todo el cuerpo.

- ¿Y después de que pasase el episodio?

- Despierta, pero como si me acabaran de dar una paliza.

El doctor le tomó la tensión y le hizo una exploración detallada, sin mostrar ninguna sorpresa cuando se quitó la ropa.

- No lo parece, pero debo preguntárselo, ¿sigue usted algún tipo de tratamiento hormonal?

- No.

- Veo que hace mucho ejercicio, ¿alguna dieta especial?

- Una dieta variada, voy ajustando en función del ejercicio que hago.

- ¿Suplementos?

- No.

Al asesino le asaltó por un segundo otra vez la noción de que aquel momento era irrelevante, pero pasó. El doctor le hizo algunas preguntas más y le indicó que podía vestirse de nuevo.

- Vamos a tener que hacer alguna prueba adicional. Voy a encargar unos análisis, un electroencefalograma y una resonancia para ver si hay algún tipo de lesión en el cerebro. Cuando tenga los resultados vuelva pedir hora otra vez, mientras tanto tómese la vida con calma, le voy a hacer un informe para que pueda pedir la baja y descansar en casa unos días.

El asesino pasó la tarde en una clínica haciéndose las pruebas. Al día siguiente ye tenía los resultados y una nueva cita con el doctor.

- Bueno, veo que tiene usted una buena cobertura médica. No creo que ni el rey consiguiera tanta celeridad del sistema sanitario.

El médico estaba estudiando el resultado de las pruebas cuando el asesino tuvo otra vez la sensación de que la idea de visitarse no tenía otro objetivo que hacer pasar el tiempo, que no aportaba nada. Estaba equivocado, pero no se daría cuenta hasta terminar con el doctor.

Con sensación de impotencia el asesino escuchó cómo el doctor le explicaba que no parecía haber ningún problema físico evidente en su cerebro, pero que podía tratarse de algún desequilibrio químico y que tenía que hacer más pruebas. Con esa misma sensación pasó los siguientes tres días, entre más pruebas y visitas que no concluyeron más que en la normalidad de todo. El último día, tras la visita en que le dio las gracias al doctor y se despidió de él después de prometerle acudir a un psiquiatra, el asesino subió al terrado del edificio que había enfrente de la consulta del doctor con un paquete alargado de unos dos metros de alto.

Después de montar la cuerda, el asesino preparó las dos flechas, cuidando de que las plumas estuvieran bien dispuestas. La distancia que le separaba del despacho del doctor era de 200m, nada excesivo para la potencia del arco, pero desde luego sí un reto por la precisión requerida. La ventana cerrada hacía el tiro único imposible. Así pues el asesino iba a requerir dos flechas, una sin punta para romper la ventana, pues no quería arriesgarse a herir al doctor y hacerle caer fuera de su alcance, y otra bien afilada para atravesarle el corazón. El problema estaba en apuntar y disparar la segunda flecha en los breves instantes que iba a tener antes de que el doctor se levantara de su mesa frente a la ventana.

Una vez terminadas las preparaciones y medida consistentemente la velocidad del viento por el simple procedimiento de lanzar un avión de papel, el asesino no se tomó ni un momento para pensar en lo que iba a hacer. Tomó el arco y en un instante disparó la primera flecha, antes de que llegase a su objetivo y destrozase la ventana, la segunda flecha ya volaba detrás, impecablemente dirigida hacía el corazón del doctor, no en la posición en que estaba, sino donde el asesino sabía que iba a estar cuando escuchase el ruido del cristal al romperse. Al menos las visitas no habían sido completamente inútiles, habían servido para observar las reacciones del blanco. Cuando ya la segunda flecha estaba volando hacia su objetivo, el asesino captó por el rabillo del ojo un movimiento en la ventana justo anterior a la que centraba su atención. Un movimiento lento, como en cámara lenta. Y un aleteo fugaz, como de palomas.

La mujer acababa de cruzar por delante de la ventana en dirección al despacho del doctor.

El ruido de los vidrios al romperse volvió su atención al pronto fallecido doctor. Tal como había previsto, este se sobresaltó, balanceándose ligeramente hacia la izquierda y medio incorporándose luego, fue el último gesto que tuvo ocasión de hacer, puesto que 7 centímetros de acero le atravesaron el corazón, clavándole luego a la butaca. No le hubiera salvado ni siquiera ser un vampiro, porque a los 7 centímetros de acero siguieron luego 30 de madera de tejo. Quedó espetado en una posición inestable, lo que, junto con el impulso que quedaba en dardo que le atravesó, hizo girar la butaca de espaldas a la ventana y luego la volcó.

- Leopoldo, ¿qué ha sido ese ruido?

El asesino pensó que podía oir las palabras desde su posición al otro lado de la calle. La mujer entró en la habitación mientras las decía y, al no obtener respuesta y estar el doctor escondido por la mesa, se giró para ver la ventana rota y más allá. Por un instante, sus ojos se clavaron fijamente en el asesino, para luego girarse otra vez en busca del doctor.

El asesino cargó otra flecha en el arco, pero esta vez con trepidación, Otra vez escuchando el batir de unas alas en la distancia. No tendría que haber necesitado apuntar siquiera, pues la mujer, habiéndose girado nuevamente hacia la mesa, estaba ahora en la misma trayectoria que había estado segundos antes el doctor, pero el asesino no se veía capaz ni de atinar con la ventana. En el momento en que dejó ir la cuerda supo que la flecha acabaría empotrada en la fachada. No esperó a verlo, bajó a la calle y se dirigió al portal del Dr. Pardo para terminar lo que había empezado.

Las palomas se cagaron sobre su arco, abandonado en el terrado.

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