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12/11 – El llanto de las palomas

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La forma en que percibimos la realidad y la forma que tiene la realidad son dos cosas diferentes. Si uno quiere tener éxito en cualquier actividad que requiera moverse en el mundo real, algo no tan cotidiano como podría llegarse a creer, debe ser capaz de distinguir las diferencias entre las dos realidades, la que creemos y la que habitamos. El asesino tenía la rara habilidad de percibir simultáneamente las dos realidades, y la aún más infrecuente de reconocer la realidad que percibían otros. La aflicción que experimentaba recientemente era causada principalmente por la incertidumbre de cómo acabaría afectando su confusión mental a su capacidad perceptiva. De momento no había habido consecuencias serias, pero era inevitable que tarde o temprano sucediera algo desagradable.

El asesino decidió acabar con las palomas perpetrando el equivalente de un poema. No le preocupaba que aparte de él nadie fuera a apreciarlo, le parecía apropiado algún tipo de memorial por su alma, por si la situación acababa degenerando. Eligió como metáfora los mismos pájaros que le estaban trastornando intermitentemente, tanto por lo apropiado como por lo que representaban del mismo problema que tenía: las palomas son unos pájaros repugnantes y de alguna manera incomprensible se han convertido en representantes de la paz, la salvación y la pureza; él iba mostrarle al mundo que no sólo lo comprendía, sino que podía compensar el error, enseñarles una obra de arte haciéndoles percibir sólo el horror.

Las palomas se iniciaron como tales con una catástrofe. Un cártel rival puso precio a la cabeza de Víctor Valdés en un contrato libre que sólo requería la prueba de que había muerto y de que el autor era el que reclamaba la recompensa. Cada una por su lado, cada paloma elaboró un plan para acabar con el vendedor de evasiones, con tan mala fortuna que los planes engranaron perfectamente, pero sólo desde el punto de vista de la víctima.

Huracán Paloma se apostó en la rama de un árbol con un rifle de precisión para reventarle la cabeza al amigo Valdés. Para documentar el evento fijó una cámara con teleobjetivo al tronco apuntada exactamente al punto donde pensaba terminar con el sujeto, la entrada de la casa. Pensaba reventarle la nuca cuando bajase del coche y antes de que entrara en la casa.

Paloma Loma acechaba desde el tejado de la casa, al que había ascendido aprovechando que Valdés había salido. Su idea era descender durante la noche hasta el dormitorio y acabar allí de decidir sobre el terreno qué parte del compadre Valdés podía servir como prueba de la hazaña. Ella también llevaba una cámara con la que pensaba grabar los últimos momentos de su trofeo, desde que bajase del coche hasta que dejase de necesitarlo.

El plan de Paloma Nocha era más directo, aguardaba con un hacha en el maletero del coche del pronto, esperaba, fiambre. Su idea era acabar primero con los dos guardaespaldas y emprenderla luego a hachazos con el premio principal.

Desgraciadamente las cosas no salieron como esperaban. Huracán Paloma apretaba el gatillo en el momento preciso en que Paloma Nocha salió del maletero, con lo que el espacio de 15 centímetros con el que contaba para pasar la bala lo encontró de repente bloqueado por la cabeza del guardaespaldas que avanzaba hacia la loca con el hacha. La cabeza reventó y la sangre salpicó los ojos de Paloma. Todo esto era observado por Paloma Loma desde el tejado que en ese momento tenía sólo una idea en la cabeza: la recompensa es mía, quitadle las zarpas de encima. Empezó a descolgarse del tejado con la idea de rebanarle el pescuezo al compañero Víctor. Con las prisas la cámara que había preparado se resbaló y cayó sobre el centro de todos los ojos, haciéndole caer al suelo y de paso esquivar la siguiente bala que enviaba Huracán Paloma. Por si fuera poco le daba una línea de tiro clara al segundo guardaespaldas, que alcanzó a Paloma Nocha en la frente con un tiro un poco desviado que sólo la dejó inconsciente. El hacha salió volando y golpeó a Paloma Loma en la sien, dejándola también dormida. Fue a caer sobre Víctor Valdés, protegiéndole de sucesivos tiros por parte de Huracán Paloma, que hubiera podido escapar si no hubiera sido capturada su ruta de huida por la cámara caída de Paloma Loma que grabó con todo detalle la vía de escape. Unas horas después era capturada por los hombres de Valdés.

Aquél fue el principio de las palomas, un embrollo de efectos secundarios y coincidencias inoportunas que al final acabó al revés de como parecía que iba a terminar. En su honor el asesino estaba preparando una operación quirúrgica de casualidades perfectamente enlazadas en un único círculo mortal que terminará como debiera haber empezado.

Empezó con Huracán Paloma, a la que tuvo que extirpar el bazo con cierta maña. Lo hizo tan bien que luego tuvo que sacarle el páncreas para que muriera.

Paloma Loma despertó atada a su cama de una manera que no le era familiar, eso, dado su pasado, no era normal. La extrañeza dio paso a la admiración, nunca se le había ocurrido hacerlo de esta manera y resultaba sencillo a la par que insalvable, que dio paso a la estupefacción cuando cayó en la cuenta de que eso no era bueno, dado que la atada era ella. Un tipo de rasgos ordinarios le empezó a preguntar incoherencias:

- ¿qué me habéis dado?

- ¿quién os ha contratado?

- ¿cómo me habéis encontrado?

Paloma no sabía quién era el tipo y mucho menos qué le habían dado, pero debía de ser fuerte. Como no obtenía respuestas, el hombre procedió a partir los huesos del cuerpo de Paloma Loma de uno en uno, desde el meñique del pie izquierdo, hasta llegar a la primera y segunda vértebra cervical.

Si Paloma hubiera sabido algo se lo hubiera dicho, hacía tiempo que se hubiera querido inventar alguna historia para calmar al tipo, desgraciadamente no se le ocurría ninguna mentira que diera respuesta a las tres preguntas que le repetía insistentemente.

El asesino vio en los ojos de Paloma que ésta no sabía nada, así que le aplastó la cabeza y deshizo las pruebas del meticuloso castigo al que la había sometido reventando sus huesos con la misma maza. Necesitaba imprimir al crimen una naturaleza más fogosa.

Sólo le quedaba Paloma Nocha, que iba a ser más complicada. Utilizó los mismos cordajes que con Paloma Loma, pero a ella sólo podía dejarle marcas en la cabeza. Fue una labor larga y cuando terminó, la última paloma parecía un alfiletero, pero tampoco le dio ninguna respuesta. Mientras los tuvo, sus ojos no mostraron ningún signo de saber de qué le estaba hablando. El asesino tuvo que aceptar que se había equivocado. Lo que le ocurría no tenía que ver con las palomas. Ya sólo quedaba reventarle la cabeza de un tiro a bocajarro y montar el armatoste.

El comisario recibió la llamada a medianoche.

- Comisario, no se lo va a creer, han encontrado a las palomas muertas. Parece que se hayan matado entre ellas

El informe del forense confirmaba los rumores, Paloma Loma había acabado con Huracán Paloma y nada más volver a casa, los instrumentos con los que había acabado con su compañera todavía chorreaban de sangre, había sido víctima de Paloma Nocha, que se había ensañado con ella. La que podía haber sido la única superviviente había caído en una emboscada que Huracán Paloma debía haber preparado antes de morir, dejando una escopeta de cañones recortados en el apartamento de Paloma Nocha, lista para disparar al abrir la puerta de entrada. Su muerte había sido más rápida que la que había infligido con la maza que se encontró al lado de su cadáver.

Ciertamente el destino se la tenía jurada a las palomas, nacidas de la casualidad y víctimas de un círculo de traición.

Nadie las lloraría, como las ratas que eran, su muerte sólo produjo asco y alivio.

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