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14/11 – Persecución

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La mañana sorprendió al asesino dormido, pero no demasiado, y  afortunadamente, porque una sorpresa inconsciente hubiera acabado violentamente con Irina que decidió despertarle por un procedimiento dulce que implicaba aguantar la respiración.

La noche anterior Irina había descubierto que Carlos, además de estar fuerte como un roble, hacía el amor como si él tampoco pudiera ver. Antes de Carlos sólo había hecho el amor una vez con otro ciego, y había notado una continuidad que asoció con la ausencia de pausas para observar, el ritmo de las caricias era diferente que con la gente que podía ver y más satisfactorio. Carlos la había tratado como si comprendiera perfectamente que de los cinco canales que él tenía abiertos, sólo cuatro estaban a la escucha en ella y había llenado los cuatro hasta rebosar. Ahora quería agradecérselo, de ahí los ejercicios respiratorios.

Carlos se dejó hacer. Llevaba mes y medio haciendo de profesor y estaba cada vez más en el papel. De su vida anterior sólo le quedaba la vocecilla interior que apenas oía y la tremenda capacidad para infligir dolor, pero no la motivación. La verdad es que estaba en la gloria, aunque había tenido que renovar el fondo de armario para multiplicar sus ropas en el estilo que le había tocado en suerte.

Cuando empezó a notar que flaqueaba el entusiasmo succionador se dejó llevar, dando antes un par de gruñidos de advertencia por si Irina quería evitar el relleno de crema. Que no quisiera le pareció tremendamente apropiado. Con Irina las cosas sucedían con una naturalidad irrevocable que rozaba la ordinariez.

Las premoniciones que unos días atrás le habían resultado un trastorno insoportable las tomaba ahora con sosiego. La salida de Irina de debajo de las sábanas y la certeza de que iban a volver a hacer el amor le llegó junto con la sensación de que vivía el episodio con algo de retraso, como si hubiera retrasado un capítulo entero el desenlace anticipado en un serial radiofónico. Saber que de alguna extraña manera esto era cierto no le causó ninguna inquietud. Tomó la cabeza que le había despertado y besó la boca suavemente, ignorando repentinas imágenes de fresas, cerezas y otras bayas del bosque. Cuando Irina entreabrió los labios y asomó la lengua, no reparó en adverbios ni adjetivos, sino que la recibió sin condiciones. El beso fue un preámbulo interrogante que sirvió para que ambos intercambiaran intenciones, después, en complicidad compartida, entraron en materia.

Irina hacía el amor con todo el cuerpo y con la ausencia de remilgos propia de un hambriento. Al asesino no le costaba hacer lo propio. Había pasado años aprendiendo que las acciones no eran patrimonio exclusivo de las extremidades, que lo mismo que podía matar a alguien con tres dedos o un pie podía hacer perfectamente bien con una cadera o un hombro, incluso con el ombligo. Por eso cuando Irina le frotaba con el codo o las costillas él no tenía problema en reconocerlo y contestar. Los secretos del amor no son tradición escrita, sino oral, no se pueden aprender como recetas de un libro, hay que aprenderlos escuchando y respondiendo, igual que en un combate en que tus movimientos los marca el adversario. El asesino, habiéndose preparado para la guerra durante toda la vida, se encontraba de pronto perfectamente capacitado para hacer el amor.

Pronto dejaron el beso tradicional y pasaron a utilizar sus lenguas para otros fines. La de Irina todavía estaba un poco cansada de su reciente operación de reanimación, así que se centró en pequeñas caricias y besos suaves. El asesino no estaba cansado en absoluto, así que empleó lametazos, pellizcos y besos. Los dos se asemejaban más a las babosas en celo que a estudiantes del Kamasutra. Intentaban enroscarse el uno en el otro y paladearse de la cabeza a los pies, más que centrar su atención en tres o cuatro puntos estratégicos.

Las contorsiones los dejaron a uno encima del otro. Irina boca abajo sobre la cama y el asesino cubriéndola como una manta. Descartando metáforas mecánicas, el asesino penetró a Irina con decisión. A Irina le gustaba el sexo de espaldas, notar como la penetraban desde atrás, y particularmente, el golpeteo sobre sus nalgas y los resuellos sobre el cuello. Carlos no sabía nada de todo eso, pero parecía haberlo adivinado, era como si pudiera leerle la mente, aunque en realidad lo que estaba leyendo eran las señales que enviaba su cuerpo. Huyendo de cualquier imagen percutora, Carlos se restregaba en Irina intentando maximizar el rozamiento que el fluido que los recubría hacía atrayente. Empujaba con todo el cuerpo, de forma que los dos rebotaban sobre el colchón al unísono, convirtiendo en horizontal el movimiento relativo entre los dos al igualar la componente vertical. A ninguno de los dos se le escapaba el significado de esta maniobra, estando habituados los dos a las operaciones con vectores libres por sus ocupaciones laborales. Encontrando inspiración en el marco matemático compartido se fundieron el uno en el otro aún más profundamente, llegando al éxtasis en paralelo y con contundencia explosiva.

Se quedaron en la cama abrazados, como correspondía al momento. El timbre de alarma del móvil de Carlos los sacó momentáneamente de la satisfacción soporífera que los tenía ocupados. Por el sonido Carlos supo cuál era el piso que había encontrado la policía, pero no hizo gesto alguno que delatara la importancia del aviso.

- ¿No lo coges?- preguntó Irina.

- Luego, ahora estoy muy a gusto- contestó Carlos.

En ese momento el comisario revisaba el piso que había alquilado el anciano aficionado al monopatín. La historia de las misteriosas y salvajes muertes en la escalera de caracol de la calle Austria había llegado hasta la mismísima Austria, país de procedencia de los patinadores que habían grabado al loco del mangual saltando un banco. Cuando habían visto el reportaje en el programa de sucesos que había realizado la reconstrucción de las terribles muertes por el procedimiento de inventarse los hechos, cayeron en que ellos habían grabado al asesino. Un examen detallado de los fotogramas en que aparecía el mazo que volteaba el asesino había mostrado lo que podían ser restos de sangre. El vídeo valía su peso en oro y los chavales hicieron lo que hubiera hecho cualquiera, lo vendieron en exclusiva a una cadena de televisión, que tuvo sus más y sus menos con la policía española que quería una copia del vídeo sin esperar a su emisión.

Todo había sido arreglado en base a la promesa de una exclusiva en el próximo caso sangriento del estilo. El comisario ya estaba escribiendo algunos guiones, por supuesto no pensaba darles datos de un caso real. En cualquier caso, el anciano fue identificado rápidamente por unos vecinos de la calle Manuel de Falla. Se trataba de un tipo extraño que entraba y salía de casa sin orden ni concierto. Lo mismo se tiraba cinco días sin salir de casa que se tiraba dos semanas fuera. Las malas lenguas decían que viajaba mucho con el IMSERSO, en viajes en los que bailaba merengue hasta las tantas de la noche y se ligaba a muchachuelas cincuentonas.

Tras un examen minucioso del piso las conclusiones eran diferentes, se trataba del asesino y no iba a volver a su piso. Después de cinco horas registrando el piso alguien había reparado en la pequeña mancha negra que había en el recibidor a media altura y que había resultado ser una cámara conectada a un ordenador que estaba enviando un flujo de datos a internet, a un servidor ruso que vaya usted a saber dónde estaba realmente. El ordenador no contenía ningún dato. En el piso no encontraron ningún objeto personal ni pista alguna, lo único que había eran disfraces y abundantes armas. Curiosamente no había huellas dactilares en todo el piso, ni restos de materia orgánica. El tipo era francamente cuidadoso.

Aún así el comisario estaba contento, en un par de meses habían obtenido dos buenas pistas que habían estrechado el cerco en torno al asesino. Sus agentes ya estaban recogiendo cintas de vídeo de tráfico y de los establecimientos de los alrededores. Tenían trabajo para semanas, pero seguro que entre eso y los análisis faciales del vídeo del monopatín conseguirían darle otro empujón al caso.

Carlos seguía tumbado al lado de Irina charlando despreocupadamente, como si no supiera que había pasado de cazador a presa y que las fuerzas del orden estaban estrechando el lazo. No tenía idea de cómo habría conseguido el comisario la cinta de vídeo de los skaters que le grabaron, aunque después de ver la noticia en los periódicos supo que se abría la posibilidad de que algo así sucediera dada la sed de las televisiones mundiales por los casos con interés humano.

Decidieron echarse una siesta al mediodía aprovechando que era sábado. Luego ya no dormirían un ratito más.

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