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28/11 – El ojo del huracán

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En las películas de acción, cuando el bueno y el malo más malo se enfrentan, la acción muchas veces transcurre en cámara lenta, para que no perdamos detalle y dando a entender que los protagonistas de la acción perciben en ese nivel de detalle lo que está sucediendo.

No era así para el asesino y Min Tun, ninguno de los dos hubiera podido explicar lo que estaba haciendo en ese momento. El entrenamiento que habían seguido les había entrenado para reaccionar de determinadas maneras a determinados estímulos. Igual que parpadeamos antes de darnos cuenta de que se nos ha metido arena en el ojo nuestro ojo lo sabe antes que nosotros, así peleaban los dos.

Sus cerebros estaban buscando estrategias para ganar la pelea, pero la pelea en sí la llevaban a cabo sus músculos y nervios de forma independiente. El asesino notaba que cada golpe hacía resentirse sus fracturas, no pasaría mucho tiempo antes de que se abrieran otra vez y entonces no podría hacer nada. Min Tun también se daba cuenta de ello, así como notaba las astillas de hueso en su mano izquierda perforar el tejido, ya había empezado a sangrar. El golpe había sido magnífico y eso hacía que sonriese con más felicidad.

El asesino también sonreía, sabía que esta era la última pelea igualada que iba a tener. No quedaba nadie como Min Tun en toda la faz de la tierra y, por mucho que quisiera matarle, una parte de él se lamentaba de que hiciera falta esta destrucción. Desde que habían lanzado las espadas, la ventaja estaba de parte de Min Tun, y los dos lo sabían. Bloquear los golpes que se estaban lanzando iba ablandando los músculos de los dos, pero sólo los del asesino estaban siendo utilizados para sujetar en su sitio los huesos rotos. Las cuerdas que los estabilizaban se habían roto hacía ya tiempo, al principio de la lucha.

Para los que no están acostumbrados a luchar, un combate es un lance abstracto en el que se pone a prueba el honor, la capacidad de lucha, la fuerza y la astucia, sin embargo, todos los luchadores saben que un combate se asimila más a un juego de piedra, papel y tijera que a cualquier otra cosa. Hay una estrategia subyacente y la velocidad y la agilidad mental son importantes, pero también es importante la suerte. Tener ese conocimiento es la verdadera lucha. Saber enfrentarse a esa aleatoriedad del resultado es lo que supone la diferencia entre ganar y perder. Hay luchadores a los que los embarga un miedo terrible a que la fortuna pueda arrebatarles la victoria y se bloquean en medio de la pelea perdiendo rápidamente, sin embargo, en las luchas igualadas la mayoría de veces gana el que menos piensa en esa posible contra imprevista, ese golpe casual, en ese tropezón o ese resbalón inoportuno.

Entre Min Tun y el asesino no había esa lucha subyacente contra el miedo a lo desconocido. Los dos habían dejado atrás ese miedo mucho tiempo atrás. Min Tun cuando aceptó renunciar al camino del anciano y el asesino cuando aceptó seguirlo. Hoy decidirían entre los dos si ese camino tenía continuidad o quedaría extinguido para siempre con Min Tun en su papel de verdugo del verdugo.

Llevaban dos minutos luchando, quedaban otros dos a lo más.

O tal vez no. Min Tun creía estar viendo los movimientos del asesino. Cada vez que le lanzaba un golpe veía pequeños temblores en los músculos que iban a ponerse en movimiento. Debía estar más cansado de lo que parecía, o su control de las fracturas se había debilitado más de lo que esperaba. Sintió a la vez pena y alegría. Pena porque al final el anciano moriría de verdad hoy y alegría porque él iba a ser el que diera el golpe final, él iba a prevalecer.

Ya quedaba poco, uno… dos… uno… dos… tres. Aquí llegaba otra vez uno… dos… uno… dos… tres. Ahí estaba otra vez, otra vez lo mismo, uno… dos… uno… dos… y entonces vio que el asesino contaba con él ¡tres! Inmediatamente dejó de ver, y de sentir, había caído en uno de los trucos más viejos del abuelo y el asesino lo había hecho en el momento justo. Dio un último suspiro feliz antes de morir.

Al asesino le quedaba ahora repetir la jugada de Min Tun, recuperó las dos espadas y se lanzó contra la horda de policías que le venía de frente. Contaba cuarenta, a ver si conseguía veinte con la derecha y veinte con la izquierda.

Los servicios de emergencia encontraron las cabezas cortadas sobre el suelo todas mirando hacia el este, por donde había escapado el asesino. Irina había desaparecido de la zona.

Quedaban las labores de limpieza.

El nuevo comisario, antiguo inspector jefe, dio el caso por cerrado. El asesino era el oriental que había caído muerto por las heridas recibidas durante el combate, desgraciadamente no antes de acabar con el último agente sobre el terreno. Todos sabían que era mentira y todos sabían por qué nadie iba a decir nada al respecto. El asesino estaba efectivamente por encima de la ley.

Irina vendió la casa de sus padres y su casa en la ciudad, luego desapareció del mapa. Siguiendo el consejo del asesino, se fue lejos. No estaba segura de si quería ser encontrada.

El asesino dijo una plegaria por todos los que había matado en su camino de sangre, empezando por el abuelo y luego todos lo que vinieron detrás hasta llegar a Min Tun, que había cerrado el círculo junto con los cuarenta policías que habían escoltado su ascenso hasta el cielo en busca del sol. Había muerto gente inocente y gente que se lo merecía, como pasa cada día. En ese sentido no había sucedido nada extraordinario. Lo verdaderamente extraordinario era Irina.

Tenía ganas de lanzarse a buscarla sin más dilación, pero sabía que no podía hacerlo, primero tenía que recuperarse y luego tenía que pensar bien en lo que estaba haciendo. No estaba en condiciones de tomar una decisión en esos momentos. Sabía que Irina había penetrado el secreto de todo lo que había sucedido en los últimos tiempos: desde los ataques de obviedad hasta los episodios de amnesia. Se había dado cuenta en el breve momento que habían compartido los dos mientras se desarrollaba la última contienda, pero no sabía hasta qué punto era necesario para él comprenderlo. Por fin estaba en paz consigo mismo, con el abuelo y con Min Tun. Era el momento de convertirse en A Phwar y concentrarse en la realidad y por alguna razón sentía que lo que Irina le tenía que contar no formaba parte de esa realidad.

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