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30/11 – Revelación

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Irina y el asesino despertaron por la mañana todavía mojados por la lluvia del día anterior, pero sin frío. Todavía estaban juntos y recordaban todo lo que había sucedido, aunque por alguna razón sabían que no les durarían mucho los recuerdos.

Sin decir una palabra se desnudaron e hicieron el amor dulcemente sobre el lecho de hierba en el que habían dormido. En el momento del orgasmo Irina notó un pitido en su cabeza.

- ¿Qué sucede? – preguntó el asesino.

- Ese pitido, ¿no lo oyes?

El asesino se dio cuenta de lo que sucedía enseguida, era un recurso increíblemente trillado. No tenía tiempo ni de sonreír.

- Irina, no te muevas, es tu ojo, tengo que sacarlo.

Irina enseguida supo también lo que eso significaba, y a través del dolor ella sí tuvo tiempo de sonreír y dar gracias.

- Intenta no moverte- dijo el asesino aguantando una carcajada.

Aguantando los párpados abiertos con fuerza sajó los músculos que sujetaban el ojo de plástico. Irina apretó los dientes esperando que lo consiguiera a tiempo.

El asesino resistió la tentación de estirar en cuanto liberó el ojo del músculo, sabía que debía haber algo más. Suavemente levantó la prótesis y lo vio.

- Está sujeto al nervio óptico, te va a doler- dijo el asesino, sin esperar respuesta cortó el nervio por debajo de la sutura.

Irina vio por tercera vez un brillo resplandeciente y luego, como en un espectáculo pirotécnico el brillo se apagó, dejándola por primera vez desde que perdió la vista en la oscuridad más absoluta.

El asesino lanzó el ojo por el acantilado y luego se echó al suelo riendo junto a Irina. La explosión sacudió el promontorio.

Min Tun les había hecho un regalo de bodas, había conectado un ojo explosivo en la órbita de Irina que se había activado con la subida de tensión y posterior relajación del orgasmo. Con esa acción había rematado lo que a todas luces era una novela barata y todos sabemos como acaban siempre las historias malas.

Están irremediablemente condenadas a tener un final feliz.

Por lo menos hasta que llegue la segunda parte.

El asesino e Irina vivieron felices y comieron perdices.

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