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Cuarto

La última vez que aprendí algo de verdad tenía menos de diez años, desde entonces me dedico a dar tumbos por la vida. No sé si es normal recordar el asombro de ver cómo el mundo encaja pedacito a pedacito en un todo coherente, pero yo atesoro esa emoción de saber que uno está aprendiendo que disfruté al principio de mi vida, ese hambre de conocer que nunca es saciada pero que no te consume.

Hasta que de pronto todo se paró, dejé de notar la ilusión y dejé de sentir el progreso, perdí el hambre sin la satisfacción de estar lleno. Me apagué. He pasado bastante tiempo buscando una razón para este sosiego turbador y nada me aparece como evidente, pero ocasionalmente noto un chispazo y alguna actividad me despierta un eco de aquella forma de vivir tan apasionada. Casi siempre se trata de algún momento creativo, ya sea escribir este blog, doblar papeles o soñar dormido, y la sensación no es diferente de la de un buen colocón. Se me quitan los sustos y las penas y se me antojan evidentes asociaciones inverosímiles y me sale un chorro de energía de dentro. Así que voy a probar con los sospechosos habituales: el miedo y la pereza; no será por falta de familiaridad con ellos.

Hace un tiempo me propuse medio en broma delirar más como receta para superarlo, pero todo quedó en un relleno. Tras pensarlo un poco mejor creo que voy a reformular la cura y añadirla en apéndice a los propósitos de principio de año:

  1. Cerrar los ojos.
  2. Abrir los ojos.
  3. Evitar las erupciones.
  4. Equivocarse.

Incluso creo que lo voy a convertir en un mandamiento:

“Para superar el miedo y la pereza lo mejor es equivocarse con disciplina.”

Hay que perder la vergüenza y las barreras y darse libertad para cagarla, hasta e incluyendo el delirio si hace falta.

Y voy a incrementar el marcador.

Blancanieves

Se cree que la tradición de vapulear a los cuentos infantiles fue originada por los cuentacuentos, oradores botarates que iban de villa en villa recontando historias mal aprendidas y despedazándolas a cambio de un vaso de aguardiente y un fuego al calor del cual arrebujarse. Cada nueva narración suponía un par de guantazos al cuento para luego dejarlo en manos de una cuadrilla de basiliscos potenciales a poco que en el auditorio hubiera un poco de instinto teatral-empresarial.

Con la invención de la imprenta se puso de moda el pavoneo pugilístico de los cuentistas. Cuanto menos reconocible quedaba el cuento tras la paliza, mayor gloria para los estilistas a vuelapluma.

El cuento sonado por antonomasia siempre ha sido Blancanieves. La historia original llegó ya tocada a los hermanos Grimm, que como buenos mamporreros que eran, la dejaron irreconocible hasta para su madre. Por si no fuera suficiente, tras casi un par de siglos de azotainas de puro trámite, el abusón de Disney le dió hasta que se le durmieron los brazos. El daño combinado fue tal que hizo desesperar de la posibilidad de reconstruir la historia original: el argumento había quedado tan desfigurado que era posible imaginarse reconocer en los tolondros amoratados prácticamente a cualquiera desde Tirant lo Blanc hasta la dama de las camelias. Por eso tiene particular mérito que finalmente el equipo de forenses literarios de la universidad de Leipzig, liderado por el doctor Reisige Schneidigen, haya dado con la que sin duda es la versión original del cuento. Estoy haciendo gestiones para publicarla en este blog en calidad de exclusiva, pero os adelanto en primicia las primeras líneas:

[Advertencia: supongo que sorprenderá a pocos, pero el cuento original es para adultos]

Érase una vez que se era un reino muy lejano que abarcaba desde el bosque de los madroños, atravesando las llanuras de la manzana, hasta las sierras de los osos. No era un reino demasiado extenso y el censo de población residente apenas daba para llenar las arcas reales en año bisiesto, pero al estar situado en el centro de todas partes resultaba conveniente y había alcanzado cierta popularidad como mercado de ganado, lo que arrastraba hasta el lugar a jóvenes pastores con ganas de diversión.

Detrás de los pastores de reses venían las pastoras de mozos. De alquiler.

Y la reina de las pelanduscas era una zorra a la que todas llamaban Madrastra por no llamarla padrastro, pues como si tal fuera era un puro pellejo al que dolía conocer. Había sido famosa en sus años mozos por sus malas artes en el buen sentido y ahora lo era por lo mismo pero en el mal sentido: se había autoproclamado monarca del trueque de favores, pasando de accionadora a accionista. Los dividendos se los cobraba en doblones y ochavos de oro, cual pirata, o en tiras de piel, cual pirada, arrancadas con el látigo que siempre llevaba por si las piezas doradas se hicieran de rogar.

Destacaba entre su corte una joven de tez extremadamente blanca y cabellos negros como la noche, favorita de Madrastra, que cada noche la seleccionaba para los servicios entre bastidores. El color de pelo era natural así que, por supuesto, el mote se lo habían puesto por la palidez que le causaba la violencia con que le reventaban el culo noche tras noche: Blancanieves.


Cuidadín

Todos guardamos en nuestro interior un algo recursivo, el carnicero que te corta la carne no es una excepción.

Con esto doy por inaugurada la sección “Frases sin sentido vagamente inquietantes” o lo que es lo mismo, el tag “Verdades”. Espero no tener que recurrir a ellas con demasiada frecuencia, pero este año estoy dispuesto a todo por mantener la continuidad.

Propósitos de año nuevo

  1. Cerrar los ojos.
  2. Me molesta que se empeñen en presentar “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra” como el paradigma de la estupidez humana. Algunas rocas debemos pulverizarlas hasta convertirlas en gravilla. Cerrar los ojos y embestir, aunque nos destrocemos los dedos gordos de los pies.

    Cuando empecé este blog en verano de 2005 lo hice con el propósito de practicar la escritura, algo que me gusta hacer desde pequeño pero en lo que no tengo constancia. Pensé que qué mejor que un blog para obligarme a escribir con cierta frecuencia. Cuatro años y medio más tarde sólo he escrito ochenta y nueve entradas, esta es la que hace noventa, o lo que es lo mismo, menos de una entrada cada diecinueve días.

    Hay días que no me apetece, días que no tengo nada que decir, días que tengo mucho que decir pero me salen las líneas torcidas y días que se me olvida lo que iba a decir. Sería fácil dejarlo como he estado a punto varias veces ya, pero pienso seguir intentándolo a ver si salgo algún día del parvulario.

  3. Abrir los ojos.
  4. De qué sirve tener memoria si no tienes nada que recordar. Cada día sucede algo memorable, me propongo asociar un recuerdo a cada día del año y además así me dejo de números, que luego te vuelves loco contando docenas. Espero no tener que recurrir a tonterías de canción de los cuarenta principales, pero si hace falta estoy dispuesto: el canto de los pájaros (Amaral), la risa de un niño (La Oreja de Van Gogh) o el olor de tu coño (Extremoduro), cualquiera me vale si no tengo otra opción.

    De momento este año va así: el día de la tos, el día del algodón de azúcar y el día de gritar al medidor de decibelios en las obras de cerca de la estación.

  5. Evitar las erupciones.
  6. Este lo mantengo del año pasado.

El fin de la década

Voy a dejar para mañana los propósitos de año nuevo porque he tenido una iluminación.

En diciembre de 1999 mientras algunos se preparaban para celebrar el fin del milenio, el fin de siglo y el fin de la década de los noventa, a mi me hervía la sangre:

- El año que (supuestamente) nació Cristo es el 1 ¿no?

- 1,2,3,4,5,6,7,8,9 y 10: primera década.

- 1991, 1992, 1993, 1994, 1995, 1996, 1997, 1998 , 1999 y… ¡2000! Todavía falta un año para terminar la década número 20.

No me cansaba de repetirlo y me parecía evidente, pero no convencía a nadie.

Celebré el fin de milenio y fin de siglo el 31 de diciembre de 2000, pero lo cierto es que incluso desde la razón me emocionó más pasar de 1999 a 2000 que de 2000 a 2001, por mucha odisea del espacio que pudiera uno leer entre líneas.

Ahora viene otra vez. Se han acabado los años de una cifra y volvemos a los de dos, y claro, estamos celebrando el fin de la década.

Estaba dispuesto a desenterrar el hacha de guerra otra vez, sin embargo, a cobijo de lo aprendido durante el año pasado y pensando en el que viene, pulsé el botón de pausa. ¿Para qué me voy a amargar por algo que ocurrió (supuestamente) hace dos mil años? ¿Es tan importante tener paquetes de diez completos e igualitos guardados en los libros de historia?

A cascarla.

Desde hoy soy del bando de los que acaban las cosas en el nueve. Para mi entre el año 1 AC y el 1 DC hubo un año 0 de exactamente 365 días de 0 horas cada uno, del mismo tipo que los que se emplearon para el velatorio de diez días de Santa Teresa de Jesús.

Así que feliz fin de década cero del nuevo milenio.

¿O era uno?

Balance del año 2009

Por aquí hemos terminado el año con una nevada que ha durado todo el día pero que no ha dejado huella en la ciudad. Puede que sea una buena metáfora de lo que ha sucedido en el blog este año, empecé con fuerza y me he ido quedando en nada.

Pero no estamos aquí sólo para hacer acto de contrición, estamos aquí principalmente para mirarnos el ombligo, es el momento de hacer balance del año 2009.

Recordemos los propósitos para el año que acaba de terminar (he añadido las del año anterior por aquello de persistir, para que no sea sólo de boquilla):

  1. Evitar las erupciones
  2. Nadar cerca de la superficie
  3. Elegir y persistir
  4. Mantener la continuidad
  5. Desarrollar la memoria

Sobre evitar las erupciones.

Los últimos partes de actividad volcánica lo demuestran claramente, sigo activo, pero si comparamos las medias a treinta días de episodios proyectivos durante el 2009 con las de 2008 veremos una mejora significativa.

Erupciones 2009 vs 2008

La única nota negativa la suponen las erupciones de final de verano, violentas y continuadas, digamos que provocadas por el calor y el mono de fabada. Lo que sí es notable es lo fácil que es que una erupción catastrófica provoque un ciclo de realimentación positiva de magma difícil de calmar. Seguiré trabajando este aspecto durante el 2010, pero creo que voy por buen camino.

Digamos que sí.

Sobre nadar cerca de la superficie.

He descubierto que bucear es un placer al que es difícil renunciar, aunque a veces sea recomendable hacerlo porque la respiración no es negociable. Durante este año me he encontrado demasiadas veces al borde de la asfixia, pero he ido perfilando un método que me evita desviarme innecesariamente, consecuente con mi objetivo de encontrar la paz interior lo he plasmado en un mantra que me repito a intervalos:

“Vuelve a lo que estabas haciendo, leche.”


Es curioso lo bien que funciona aplicado indiscriminadamente.

También sí.

Sobre elegir y persistir.

Nada que añadir a lo dicho el año pasado, creo que ya ni siquiera voy a proponérmelo conscientemente: “rojo, dulce y follar” es el lema que adornará mi blasón para siempre (o hasta que lo cambie).

Un por supuesto rotundo.

Sobre mantener la continuidad.

Durante los años 2007 y 2008 publiqué 18 entradas, durante el 2009 he publicado 34 contando con generosidad, porque es de caballeros. Sin embargo, el nanowrimo de este año ha sido un fracaso. Igual que el año pasado, lo empecé en secreto con la intención de empezar a publicar a mediado el mes si las cosas iban bien. Desgraciadamente me estrellé durante la primera semana de forma escandalosa.

¿Qué tiene todo esto que ver con la continuidad, os preguntaréis? Bien poco, es cierto. Tengo la dicha de anunciar que no he perdido la continuidad espacio-temporal durante todo el 2009 más que en sueños. Un par de noches de atracón con hipo y resfriado me he despertado antes de dormirme, pero no las voy a contar, porque todos entendemos que los propósitos de año nuevo son para la parte consciente, lo que haga el inconsciente es problema suyo y de sus amigos invisibles.

Sí.

Sobre desarrollar la memoria.

¿Os parece poco el grafo con el que he ilustrado de memoria mis erupciones del 2009 y encima las he comparado con las del 2008?

Pues eso.

Manifiesto: En defensa de los derechos fundamentales en Internet

Suscribo el manifiesto, por supuesto.

Cocina crítica: Julie & Julia (2009)

Esencia de buñuelos de viento

Ver receta para los ingredientes

Dificultad: intangible.

Antes de empezar a ejecutar esta receta debemos hacer un ejercicio mental. Visualicemos que entramos en la cocina de nuestros sueños con dos paquetes en la mano.

En la derecha un kilo de mantequilla, pero no una mantequilla cualquiera. De la mejor leche ordeñada al mediodía a cobijo del sol bajo las magnolias por doncellas danesas con guante de terciopelo, y batida a mano en recipientes de madera de naranjo persa por vírgenes vestales cubiertas por translúcidas gasas tejidas con seda natural.

En la izquierda un kilo de harina, por supuesto harina de trigo de verano. Segado a ritmo marcial por apolíneos labradores de torso desnudo dorado al sol, y molido en un molino construido exclusivamente con madera de fragante roble, sin clavos ni morteros, sujetas las traviesas con cuerdas de esparto trenzadas por una compañía operística de trenzadores que las elabora al ritmo del acto perdido de La Boheme musicado por el hijo probeta de Maria Callas y Giacomo Puccini, y cuya muela y solera fueron talladas naturalmente por erosión en el lecho de un arroyo de aguas cristalinas que atraviesa un mazizo granítico en las Highlands escocesas.

Necesitamos pensar también en un anís de procedencia igualmente espectacular, tal vez destilado en el alambique del mismísimo San Anselmo sobre la lava de un volcán y reposado luego sobre el vientre de una princesa india sumergida en un baño de azahar a lomos de un elefante enjaezado con los colores del arcoiris. Y azúcar a juego, por lo menos ligero como la nieve y dulce como los labios de la mismísima Mata Hari.

La elaboración es sencilla y podemos abstraerla, incluso olvidándonos del proceso de fritura que sería necesario en el mundo real y para el que no hemos proyectado un aceite apropiado. Asi elaboraremos un postre incomparable.

E imaginario. Hueco. Vacío de contenido. Sin sustancia.

Nada de nada.

Cocina crítica: Enemigos públicos (2009)

Rocío de miel sobre una metamorfosis floral de verde doncella a reineta en un lecho de calabacín crepitante.

Calabacines
Manzanas reineta y verde doncella
Miel de alfalfa o tilo
Un chordón rojo, jugoso y dulce
Aceite de colza para freír
Limón
Azúcar
Ron

Dificultad: artesana.

La receta de hoy no es para cocineros principiantes o apocados. Será necesaria maestría en el uso del cuchillo y una total ausencia de compunción para ejecutar este plato, además de naturalidad a la hora de llamar chordón a la frambuesa con ánimo de crear sensación de novedad donde no la hay (si uno es aragonés recomendamos sustituir el chordón por una sangüesa).

Empezaremos cortando los calabacines en láminas muy finas, de un máximo de un milímetro de grosor, poniendo cuidado de que queden enteras y descartando las que no satisfagan este criterio. Procederemos a freírlas en el aceite de colza de una en una para que no se peguen y porque es mucho más tedioso hacerlo de esa manera. Deben quedar doradas, pero no oscuras; y crujientes, pero no duras, con una textura a medio camino entre el cristal fino y el paño de lana. Las escurriremos bien y separaremos nuevamente, quedándonos sólo con aquellas que mantengan la circunferencia inmaculada y el color y textura perfectos. Este proceso debe dejar claro que podemos permitirnos lo mejor de lo mejor y no nos importa el despilfarro.

Prepararemos las manzanas por separado, la doncella verde por un lado y la reineta por otro, pretendiendo que existe algún tipo de absurda lucha de clases derivada de sus nombres, pero que ignoraremos más adelante, pues no queremos más que un atisbo de conflicto social en el plato, el justo para provocar una punzada. Queremos dejar claro desde el principio que no sólo no evitamos darlos, sino que preferimos los golpes bajos.

Pelaremos las manzanas y retiraremos las pepitas sin cortarlas por la mitad, es importante que no quede rastro de corazón, este es un plato cerebral sin un ápice de pasión. Una vez limpias, las cortaremos en largas tiras de más de dos y menos de tres milímetros de grosor, procurando un ancho de cuatro centímetros y no menos de treinta de longitud. Aparte de técnicamente difícil, este paso es el desenrollado metafórico de los anillos del manzano y testimonio de que la historia nos importa un pimiento. Frotaremos las tiras en zumo de limón para evitar que se oxiden y darles un aroma cítrico, como de hospital estéril.

Echaremos en la olla un vaso de ron y un vaso de agua, colocaremos las tiras de manzana en las canastas de bambú para cocer al vapor y espolvorearemos azúcar por encima. Llevaremos el líquido a ebullición y dejaremos las manzanas encima hasta que las tiras adquieran flexibilidad sin perder consistencia. Es recomendable realizar la cocción a distancia por los efectos de los vapores de alcohol y para mostrar impasibilidad.

El chardón (o sangüesa) será desmenuzado con cuidado manteniendo intactos los granos que lo componen. Nos aseguraremos de que tenga buen sabor probando uno. Buscamos acidez, dulzura y aroma penetrante. Este será el único punto sorprendente del plato, una pequeña explosión de intensidad que nos dejará con ganas de más y nos recordará lo que podría haber sido.

En este punto estamos listos para emplatar.

Colocaremos un lecho de calabacín sobre el plato, poniendo cuidado de dejar dos espacios vacíos sobre los que construiremos nuestras metamorfosis. Cada metamorfosis estará compuesta por dos tiras de manzana, una de reineta y una de verde doncella. Empezaremos enroscando la reineta sobre sí misma, pero tras un par de vueltas que crearán el centro, insertaremos la tira de verde doncella, continuando la acción de enroscar a la vez que creamos ondulaciones que darán dinamismo al conjunto pero sin excedernos, todo debe seguir un ritmo predecible y conocido.

Únicamente sobre la metamorfosis izquierda colocaremos un grano de chardón (o sangüesa) en el centro.

Calentaremos la miel para licuarla, con paciencia y a fuego suave para poder pulverizarla luego sobre las metamorfosis, poniendo cuidado de que no caiga nada sobre el calabacín.

Ya estamos listos para servir un postre de factura artesanal muy cuidada y momentos entretenidos, pero que se pierde en el aburrimiento del calabacín y que, en el fondo, no pasa de ser una manzana asada, algo común y que esperamos de nuestras madres, no presentado con tanta rimbombancia y derroche de medios.

Decepcionante.

Ardor

Hoy, sin que sirva de precedente, me repito.