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Plaga de uno

Tenemos un grillo en casa. Seguramente ha escapado del piso de los vecinos del segundo, que tienen una iguana que les ignora. Nosotros lo hemos encontrado en el pasillo de nuestro piso, temblando de terror, sin saber hacia dónde saltar. Le hemos montado una casa de acogida en el interior de un bote de mermelada y hemos provisto su despensa de hojas de lechuga y rebanadas de pepino esperando que fuera vegetariano. Pero no les ha hecho el menor caso.

Después de la cena, como miraba tan interesado la sandía que teníamos de postre, hemos pensado en cambiarle el pepino por un trozo de sandía. Al meter el dedo en el pote para sacar el pepino, el grillo se ha abalanzado sobre él y me ha pegado un mordisco tremendo. Cuando he conseguido despegar al grillo de mi dedo y he podido mirar la herida que me ha hecho he comprendido por qué no le gustaban los vegetales. Tenemos un grillo vampiro.

Dos pequeñas incisiones en la yema de mi dedo índice son la única prueba. Desde que las tengo, puedo leerle la mente al grillo. Intenta dominarme, pero es tan poca cosa, que funciona al revés y podría montar un circo con él y unos cuantos compañeros suyos hematófagos.

El único problema es que me han entrado unas ganas terribles de frotarme los élitros. No quiero mirarme en ningún espejo, no sé qué será peor: no reflejarme o verlos a mi espalda.