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Teseo y los vikingos

Ingredientes:

  • Teseo
  • Un puñado de vikingos, del que separaremos al jefe
  • Cantos de sirena
  • Una pizca de aquí y un poco de allá
  • Nata

Dificultad: fácil.

Tiempo de preparación: largo.

En la cocina es importante que antes de empezar, el cocinero deseche toda aspiración al rigor histórico, como en el resto de empresas artísticas resulta más importante la consistencia narrativa. El plato que vamos a preparar es parte de lo que podríamos denominar “cocina especulativa,” cuyo fin último es menos la nutrición que la dialéctica y como todo buen guiso, el resultado final dependerá en igual medida de lo que pongamos en él y de la manera en que lo preparemos. Aquí propondremos un aderezo concreto, pero es importante que el lector pruebe con variaciones más acordes con su gusto, por suerte, el plato no es complicado y, a pesar de la libertad de condimento, el resultado siempre queda bueno si los ingredientes principales son tratados con honestidad.

Tomaremos primero al héroe: Teseo. Un ingrediente de primerísima calidad entre la realeza y la divinidad, fuerte, de aspecto apetecible y valiente sabor. Es la base de culturas culinarias enteras. En estofado hay que saber tratarlo, tiene tendencia a perderse en el laberinto de sabores, por lo que hay que envolverlo fuertemente en su piel, sujetándolo con un hilo de Ariadna. Esta parece una combinación ideal, pero si permitimos que permanezca enrollado hasta el final de la cocción, veremos que queda pálido y soso. Hay que tomar el toro por los cuernos y retirar el hilo a mitad del proceso, una vez el enigma de gustos esté resuelto y los aromas empiecen a combinar. Es una lástima porque se desperdicia el hilo, que siempre resulta agradecido en la presentación final, pero es la única forma de conseguir que Teseo se integre plenamente en el guiso. También es importante recordar frotar un poco de limón antes de atar el hilo, porque sino al descartarlo caeremos en la maldición de Ariadna, que lo volverá negro, y eso puede ser un suicidio gastronómico.

A continuación separaremos a Olaf, el jefe, del puñado de vikingos y procederemos a desvestirle. No hay que asustarse ante su aspecto tosco y descerebrado, pronto veremos que, como en un rape, detrás de la tosca fachada se esconden brillantes esencias. El jefe vikingo es obcecado y tiene tendencia a arrasar todos los platos con su combinación de ardiente fuego y violento crujir. No hay que olvidar nunca que es inestable como la nitroglicerina y hay que manipularlo con cuidado porque puede explotar y arrastrar en una reacción en cadena al resto de vikingos si no los hemos apartado suficiente. Así, no lo acercaremos nunca a muslos de ave, ni almejas, cocos, melones ni melocotones, ni, por extraño y vampírico que parezca, a crucifijos ni agua bendita.

Ahora tenemos que preocuparnos por extraer los mejores jugos de nuestros ingredientes, para lograrlo tendremos que averiguar cuál es la esencia de cada uno de ellos. Aquí es donde las cosas se pueden torcer si uno es inexperto en las artes culinarias. El cocinero novato llegado a este punto sacará de Teseo la valentía y de Olaf la violencia, descartará todo lo demás, y elaborará un cocido plano y predecible. Para hacerlo mejor que un principiante tendremos que potenciar los matices y jugar con los contrastes.

Teseo no es un héroe puro e inmaculado y para construir un buen cimiento para nuestro guiso tenemos que fijarnos en sus contradicciones, que presenta desde su origen potencialmente bastardo hasta su relación traicionera con Ariadna. Incluso su tendencia a perderse en laberintos buscando emerger como un héroe muestra su dualidad. Teseo busca nuestra aprobación, pero no lo hace como el protagonista de una novela de acción que entra en escena fuerte desde el primer momento, él es sibilino y busca apoyos entre bambalinas para traicionar después a sus consortes tras el telón y emerger victorioso. Así, lo más interesante de Teseo es la sospecha de que todo lo que nos enseña no sea verdad. Debemos potenciar esa sospecha y destilarla para que aparezcan en nuestro plato trazas de una masacre, un Minotauro inocente en busca de compañeras de juegos y asesinado a traición junto con todas sus amigas, de un engaño, un padre más astado que las reses de su corral, y de una debilidad, el miedo a ser visto como inferior a una fémina más inteligente que él.

Después tenemos al vikingo, que asusta con esa brutalidad, y en el que tenemos que buscar complementos que enriquezcan el guiso. Dejaremos de lado la sinceridad de la violencia y no caeremos en la aparente falta de inteligencia, basta con reparar en el complejo mundo espiritual que guía su vida. Nos centraremos en un aspecto único y que precisamente le falta completamente a Teseo, la falta de culpabilidad. Todos los vikingos saben que al morir en batalla les espera el paraíso, pero a diferencia de otras culturas, es un paraíso con fecha de caducidad. Llegará un momento en que todo será destruido y los supervivientes ya están decididos. Debemos intentar aislar la ausencia de remordimientos con que Olaf dirige a sus hombres al combate, en paz con la destrucción del universo conocido. Eso es lo que tenemos que añadir a nuestro preparado para darle un atisbo de esperanza.

El resto de vikingos nos servirá para hacer un sofrito de alaridos de guerra con matices de desesperación producto de saber que el camino de destrucción les lleva de cabeza a la la soledad y que más allá ni la muerte será permanente, sólo un tránsito a la inexistencia. Añadiremos también los cantos de sirena que aportan un poco más de lo mismo pero en otro tono. Las sirenas llaman a los marineros para jugar, pero saben que acabarán azules, hinchados y silenciosos, inútiles como compañeros de juegos, si les hacen caso.

Mezclaremos la base de sospecha, esperanza y desesperación y añadiremos una reflexión: si Olaf fuera el cazador hermanado por la ilegitimidad con su presa o Teseo hubiera nacido vikingo, ¿se intercambiarían los sabores? Esta reflexión le dará un punto ácido al potaje, pero una última cocción a fuego vivo acabará por estabilizarlo y contribuirá a que nos deje saciados y felices de vivir.

Solo falta cubrirlo todo de nata.