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Día 2: La almohada migratoria

Mi cama es enorme, mi cama es más ancha que larga y es un rato larga, tan larga como yo y un poquito más. Por la noche me acerco hasta el centro, al que tengo que trepar a cuatro patas, y me tapo con la colcha. Un estirón de este lado, otro del otro lado, y me cobijo en la mitad perfecta. Cuando los dedos de los pies acarician la curva de la sábana al final del colchón y el edredón me sujeta los riñones, me siento bien y doy un largo suspiro antes de dormirme.

Y entonces la almohada empieza a caminar.

Cada mañana amanezco diagonal, con la cabeza más cerca del lado izquierdo que del derecho y el despertador mirándome asustado, pero me consta que la almohada recorre la cama de un lado a otro durante toda la noche, porque dibujo un arco en la cama con el cuerpo. El vaivén nocturno hace que me palpiten las orejas durante el día y tengo miedo de que si alguien se acerca note que la vibración me hace levitar sobre el suelo. Desde que me levanté ayer no he pisado el firme. Ayer pensé que sería pasajero y por eso no dije nada, pero hoy estoy igual.

Finjo que camino lo mejor que puedo, pero claro, únicamente muevo las piernas, la reducida fricción con el aire no me permite desplazarme. Habría muerto de sed si no llego a descubrir que si muevo las manos con energía puedo nadar discretamente si empujo con las palmas de las manos planas hacia atrás y las pongo de costado cuando las llevo adelante. Tengo una pinta curiosa cuando hago ese movimiento, pero es mejor que que la gente me vea volar.

Ayer tenía que fingir una cojera para que nadie sospechase nada, porque la natación camuflada que practico, además de trabajosa, no es muy eficiente y deviene en un traslado lento. Hoy he complementado el batir de brazos con un ejercicio respiratorio que me proporciona el reprís que me faltaba: orientando las aletas de la nariz discretamente hacia adelante cuando inspiro y hacia atras al espirar creo turbulencias que favorecen la penetración aerodinámica. Es difícil sincronizarlo todo y cuando me descuido, con el frio que hace parezco una locomotora de vapor, pero voy mejorando y de momento todos creen que bailar Sevillanas y torear los fines de semana es lo que hace extraño mi caminar. Necesito una peineta.