Skip to content

Desapareciendo

Que este blog tiene los días contados me parece que no se le escapa a nadie, quizá haya sido yo el último en verlo. Innumerables boqueadas como trucha desencharcada en forma de silencios agónicos deberían haber sido pista suficiente, pero soy mal detective de lo propio. Y, para qué engañarnos, también de lo ajeno.

Aparte de los diez mandamientos que ando buscando para dirigir mi vida y que hasta la fecha son tres, tengo también tres axiomas que me he prohibido cuestionarme. Conciernen a tres cuestiones sobre las que ni siquiera intento pensar. Si por algún motivo me vienen a la cabeza la respuesta ya la tengo decidida, sin justificaciones ni dudas. Como en el fondo me revientan los absolutos, en realidad son algo más maleables de lo que cabría esperar tratándose de axiomas. La flexibilidad no es mucha, pero me he comprometido a dejarme cambiarlos si me decido a hacerlo y a continuación durante tres meses en ningún momento pongo en duda dicha decisión.

La razón de su existencia es evitar un pronto irracional en asuntos importantes. Tengo bastantes dudas acerca de la capacidad de la especie humana para comprender la realidad, pero personalmente no tengo tantas, estoy convencido de que soy incapaz. Dado que uno siempre actúa como respuesta a lo que cree que sucede, entenderéis mi problema. No tengo inconveniente en ir por la vida metiendo la pata y actuando solamente para maximizar mi placer personal y eso es lo que vengo haciendo, pero hay situaciones en las que cagarla puede suponer más que un paso atrás, así que he intentado vetármelas de partida con mis normas casi inquebrantables.

Dos de ellas son para consumo propio. La tercera, aunque también, viene a cuento ahora: “no te suicidarás”. La razón de su existencia no es tan dramática como cabría suponer, desde luego no tiene nada que ver conmigo al borde de un precipicio. Después de las dos primeras, nacidas de la necesidad, la tercera es más bien preventiva: aparte de mi incapacidad para ver lo que pasa, tengo dudas no irracionales sobre el equilibrio electroquímico de mi cerebro y siempre me ha dado pánico tomar una mala decisión aconsejado por las emociones del momento. El suicidio, que siempre me ha parecido una decisión personal válida y cuya ilegalización me parece una soberana idiotez, se me antoja una de esas cosas difíciles de enmendar, por eso lo añadí a las otras dos. Por supuesto no sé de qué sería capaz en caso de un episodio de demencia repentino, pero me tranquilizan mis tres cinturones de seguridad.

Dicho todo esto, no voy a matar el blog todavía, le voy a dar tres meses y dejar que se muera solo. Si no veis nada nuevo en ese tiempo, será porque todo ha terminado y es el momento de pasar página.

Por si tenéis curiosidad, todo esto, aparte de por el sentimiento de culpa por no actualizar, viene motivado por una tontería que he leído hoy:

Suicidarse no es el crimen perfecto que postula Romeo, sino el auténtico genocidio. Quien se mata a sí mismo atenta nuclearmente contra todo lo humano. Un niño suicida da más miedo que Auschwitz.

He aquí un montón de palabras bonitas que juntas no tienen ningún sentido como nos paremos a pensar en lo que dicen pero que parecen significar algo profundo si nos quedamos atrapados en su fuerza. Son como esas generalidades que nos hemos acostumbrado a oír de boca de los políticos y que a fuerza de martillear nuestras mentes nos han hecho olvidar cómo procesarlas. Palabras que parecen reflejar una única verdad limitando nuestra concepción de la realidad sin hacer ningún esfuerzo por justificarse, simplemente golpeando con fuerza nuestros estómagos con imágenes terribles para robarnos una parte de nosotros mismos.

La verdad es que quien se mata a sí mismo sólo atenta, no sé si nuclear o atómicamente, contra él mismo, todo lo humano se queda riendo o llorando, depende de lo que le importe el muerto. Un niño suicida lo que da es pena, porque es imposible que en su inmadurez haya considerado lo definitivo del desenlace. Dudo que pueda dar más miedo que el símbolo de un holocausto de verdad, a mí desde luego no me lo da. Y la primera frase es, directamente, incomprensible, por mucho que uno intente ver la muerte voluntaria en plena inmersión metafísica y sea generoso con el empleo de la palabra genocidio. Lo único que tiene sentido es lo que se pretende corregir a Félix Romeo: el suicidio es un crimen perfecto. Impecable.