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Recetas para acabar con la crisis (2)

La mayoría de historiadores hacen como si Luis de Aquino no existiera. Es indudable que en gran parte esto es por el rechazo que generaron sus tratados sobre Tardo, nuestra deidad para hoy y a los que ni su propio hermano mayor dedicó una línea en la Suma Teológica.

Es destacable, por lo inusual, la lucha conceptual con estos postulados que candorosamente documentó Leibniz en sus diarios y que estuvo a punto de costarle la ontología de la verdad y por poco la cordura, lo que hubiera dado al traste con toda su obra posterior, intrascendente en lo filosófico, pero esencial en la forma matemática. Desgraciadamente se han perdido las páginas de sus diarios con las conclusiones, sólo nos quedan las vías sin salida que exploró para negar la vía única, pero intrincada, de Luis. Nunca sabremos si llegó a un resultado convincente o decidió, él también, hacer el esfuerzo de olvidarlo. Que, como recoge Diderot, fuera Voltaire el que se fumara esas páginas perdidas repitiendo “merde” entre calada y calada podría indicar que el acto del joven Arouet sea el equivalente filosófico-teológico a la nota de Fermat.

Según Luis, Tardo es el único dios contingente y a la vez necesario, en lugar de ser causa primera de todas las cosas, es consecuencia última de todas las cosas. Es esta extensión la que lo hace necesario. Si dios es el efecto de todas las causas resulta el motor perfecto del universo, como consecuencia última necesita inevitablemente de una causa que lo provoque, deviniendo así en una especie de agujero negro al final del tiempo que genera la realidad que lo creará pasando a ser causa de sí mismo.

Luis ha sido acusado muchas veces de Calvinista premonitorio y disléxico, por la inevitabilidad del destino que parecen preconizar sus ideas de lo divino. Desde nuestro punto de vista es igual de fácil acusarle de hippismo, por la idea de que sea lo que sea lo que hagamos, el resultado será dios.

Con esta inversión dinámica de causa y efecto, Luis convirtió la vida misma en una plegaria: viviendo creamos a dios. No seremos nosotros los que vayamos a negarlo ahora que Leibniz y Voltaire ya no están. A nosotros, seres simples, solo nos queda rezar: Tardo es el dios al que vamos a dirigir nuestras súplicas por un mundo mejor.

Disfrutando.