– Te espero aquí – fueron las palabras pronunciadas.
Son palabras inofensivas que no suelen provocar mayor reacción en quien las escucha: el niño despistado que vuelve a subir las escaleras para recoger la merienda, si no la cartera completa; el cincuentón que ya no es capaz de aguantar la hora del aperitivo sin una breve visita al excusado; o la pareja que se procura un respiro al no respetar la distancia mínima con la sección de electrotecnia en el camino hacia la moda femenina.
Esta vez fue diferente.
El ascensor del hotel se cerró entre los dos.