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Cocina crítica: Julie & Julia (2009)

Esencia de buñuelos de viento

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Dificultad: intangible.

Antes de empezar a ejecutar esta receta debemos hacer un ejercicio mental. Visualicemos que entramos en la cocina de nuestros sueños con dos paquetes en la mano.

En la derecha un kilo de mantequilla, pero no una mantequilla cualquiera. De la mejor leche ordeñada al mediodía a cobijo del sol bajo las magnolias por doncellas danesas con guante de terciopelo, y batida a mano en recipientes de madera de naranjo persa por vírgenes vestales cubiertas por translúcidas gasas tejidas con seda natural.

En la izquierda un kilo de harina, por supuesto harina de trigo de verano. Segado a ritmo marcial por apolíneos labradores de torso desnudo dorado al sol, y molido en un molino construido exclusivamente con madera de fragante roble, sin clavos ni morteros, sujetas las traviesas con cuerdas de esparto trenzadas por una compañía operística de trenzadores que las elabora al ritmo del acto perdido de La Boheme musicado por el hijo probeta de Maria Callas y Giacomo Puccini, y cuya muela y solera fueron talladas naturalmente por erosión en el lecho de un arroyo de aguas cristalinas que atraviesa un mazizo granítico en las Highlands escocesas.

Necesitamos pensar también en un anís de procedencia igualmente espectacular, tal vez destilado en el alambique del mismísimo San Anselmo sobre la lava de un volcán y reposado luego sobre el vientre de una princesa india sumergida en un baño de azahar a lomos de un elefante enjaezado con los colores del arcoiris. Y azúcar a juego, por lo menos ligero como la nieve y dulce como los labios de la mismísima Mata Hari.

La elaboración es sencilla y podemos abstraerla, incluso olvidándonos del proceso de fritura que sería necesario en el mundo real y para el que no hemos proyectado un aceite apropiado. Asi elaboraremos un postre incomparable.

E imaginario. Hueco. Vacío de contenido. Sin sustancia.

Nada de nada.