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¿Hasta dónde se enamora uno?

La respuesta tradicional a esta pregunta es: hasta las trancas, pero la etimología no está clara y no lo entiende nadie; o es una grosería.

Otras acciones tienen límites anatómicos claros: hundirse hasta las cejas, hartarse hasta la coronilla, cabrearse hasta los huevos. ¿Cómo admitir que enamorarse no disfrute de fronteras similares? ¿Qué puede hacer uno para identificar el punto ese en que está coladito del todo si no hay un lugar que vigilar con atención?

Podemos empezar un proceso de eliminación y ver adónde nos lleva. Por ejemplo, de cintura para abajo podemos tener la certeza de que no encontraremos nada. Enamorado hasta las uñas de los dedos de los pies es demasiado largo y corre peligro de descascarillarse; enamorado hasta las ternillas o los muslos es más propio de pucheros que de amor verdadero; las rodillas, los tobillos y el resto de articulaciones invitan a pensar en marionetas y pueden representar la realidad de algunos, pero no el amor consumado; y no vamos a confundir lo mecánico con lo espiritual, así que descartaremos también desde la ingle hasta la cintura. Podría alguno pensar en Aquiles por asociación con lo vulnerable y tratar de establecer un control en el tendón correspondiente, pero enamorado hasta el tendón suena cartilaginoso.

Las tripas están involucradas con seguridad, pero más como receptáculo de inseguridades provocadas por el proceso que como destino. Los pulmones sólo se involucran como fuelle, y los brazos son como las piernas. Quedan el esternón, la columna vertebral o la parte de atrás de las costillas, pero esos son las primeras víctimas donde rompe la punta de la flecha de Cupido.

Podemos desechar la cabeza, que no rige los asuntos del querer. Y la piel entera espera las primeras caricias, que vienen después.

Amar hasta las glándulas, hasta las mismísimas cocochas, es posible, pero enternecer nuestros tejidos con enzimas es más una fase necesaria que el horizonte final.

Llegamos por fin al sitio por el que deberíamos haber empezado: el corazón. Pero no por la parte de fuera, sino bien adentro, en los rincones que lo fusionan con los nervios, donde se siente con intensidad.

Nena, mis fibras de Purkinje están por ti.

Que lo sepas.

{ 1 } Comments

  1. Pilar | 01/10/2011 at 10:31 | Permalink

    Durante mucho tiempo enamorarme fue cosa de dos, error porque finalmente me enamoré en una relación de uno que ahora está llegando a su fin.

    Y repienso todos aquellos pseudoenamoramientos por los que no luché, y sé que en al menos uno me equivoqué.