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17/11 – Traición

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El sol apareció por encima de los edificios iluminando la cama vacía que la noche anterior habían ocupado dos personas y su dilema. Al sol le daban igual los conflictos que pudieran haber acontecido el día anterior y vertía luz por todas partes con abandono. Ni siquiera la gente como Irina se libraba de su ardiente presencia, su mundo oscuro se calentaba igual que el de los que pueden ver cuando la estrella diurna hacía su entrada inconsciente.

La pareja ya había salido antes de dar comienzo la energización fotónica del recinto. Irina había ido a la escuela y el asesino se dirigía a realizar un poco de control de daños, más para no acercarse al trabajo y coincidir con Irina que porque hubiera necesidad. Las rigurosas reglas que se había obligado a seguir desde que empezó por su cuenta a matar gente por dinero incluían por supuesto el camuflaje de su verdadera identidad siempre que entraba en los pisos francos, y el término disfraz significaba para él algo mucho más profundo que para el resto de la gente, pero necesitaba una distracción. Se encaminó pues a uno de sus pisos todavía seguros y procedió a realizar una inspección desde el punto de vista de un policía.

Empezó recorriendo un área de cinco manzanas alrededor del piso, identificando las cámaras de seguridad que había en la zona. Este trabajo lo había hecho hacía ya mucho tiempo, antes incluso de alquilar el piso, pero lo repitió. No es trivial revisar una zona sin que parezca que lo estás haciendo, y mucho menos hacerlo en un único día, pero el asesino necesitaba relajarse haciendo alguna labor repetitiva. Después de revisar las cámaras y buscar sin encontrarla alguna posibilidad, un reflejo imprevisto, un espejo retrovisor interpuesto, de haber sido retratado en alguna de sus entradas o salidas, entró en el piso.

Como siempre hacía, antes de entrar se puso los guantes de látex, por eso alquilaba siempre todo el rellano o buscaba pisos que ocuparan toda la planta, para que no existiera la posibilidad remota de ser visto poniéndose los guantes por un vecino a través de la mirilla de la puerta. Entró en el piso y rebuscó alguna nota, algún sobre que pudiera haber olvidado con los detalles de un encargo, cualquier cosa. No la encontró.

Finalmente comprobó que el ordenador conectado a la cámara oculta estaba funcionando. Era una medida absurda, porque si hubiera cualquier problema, le habría llegado un aviso al móvil, pero aún así lo comprobó. El ordenador le había costado algún dinero, pero era una maravilla inexpugnable, en lugar de utilizar un estándar de mercado, era un circuito integrado hecho a medida qué sólo servia para enviar vídeo encriptado por internet. Tenía además una característica especial, cualquier interrupción en el suministro eléctrico provocaba la explosión de una pequeña capa de explosivo plástico que destrozaba la lógica programable y hacía imposible analizar el sistema, como habían comprobado los forenses informáticos de la policía en la única muestra que habían encontrado. El asesino tenía la lógica del chip en un par de llaves USB que siempre llevaba encima, y la única otra persona que sabía sobre el sistema se había llevado el secreto a la tumba.

Después de verificar que todo estaba en su sitio cerró el piso. Ya no volvería a usarlo. Tenía los otros.

Mientras decidía qué hacer con Irina decidió volver al trabajo. Envió el mensaje al monasterio que reiniciaba el protocolo. En el monasterio el mensaje cayó como un jarro de agua fría. Los dos últimos meses, el padre prior había estado disfrutando de la vida sin ninguna de las preocupaciones que conllevaba el cargo. Una fatídica combinación de salchichas de frankfurt y queso de oveja para comer le trajo a la memoria a un individuo y un soneto que había aprendido mal en el colegio. La combinación de los dos no le sentaría bien al prior, a veces las palabras son más peligrosas que un arma cargada.

- ¿Qué otra cosa es verdad, sino pobreza,
y en esta, vida frágil y liviana?

El fraile recitó los dos primeros versos pensando en la verdad que escondían y bastante orgulloso de sí mismo, se veía como un Guillermo de Baskerville, reflexionando en voz alta por los claustros del monasterio con su cultura infinita. ¿No era la palabra dada una pobreza si convertía la vida en frágil y liviana? Dos comas de más y una conjunción dieron inicio a un razonamiento que probó resultar fatal.

- Los dos embustes de la vida humana
desde la cuna son.

Tras el traspiés de los primeros versos, la puntuación se le volvió errática al pobre prior. ¡Maldita vida humana frágil y liviana! La suya especialmente, que pendía de un hilo por el capricho de un loco que jugaba a dios. El peso del padre Benedicto sobre sus hombros le retenía en el monasterio, pero de buena gana hubiera salido pitando para proteger su vida de esos dos truhanes, la fragilidad y la liviandad.

- Honra y riqueza
el tiempo, que ni vuelve ni tropieza.

Claro que sí, había que vivir la vida exprimiendo el tiempo al máximo, ya lo había dicho el poeta ese inglés de la película aquella de estudiantes internos: carpe diem. El monasterio era un sitio perfecto, si no eras el prior, pero se le estaba ocurriendo una forma de asegurarse un retiro cómodo.

- En horas fugitivas la de vana,
y, en herrado anhelar, siempre tirana,
la Fortuna: fatiga su flaqueza.

Esta era su parte favorita. Tal vez si hubiera buscado anhelar en el diccionario se hubiera dado cuenta de que su memoria le estaba jugando una mala pasada, las cosas como son, su versión era más rítmica. La suerte era tirana y vana, fría como el hierro, siempre haciendo oídos sordos a los más necesitados. Había que forzar la mano, hacerla caer del lado que uno quería.

- Vive muerte callada y divertida
la vida misma; la salud es guerra
de su propio alimento combatida.

Estos versos le costaba interpretarlos, quizás porque eran la única estrofa que recordaba exactamente igual que la escribió Quevedo, pero el mensaje estaba claro, la vida misma significaba luchar por la propia salud con uñas y dientes, para morir tranquilo y divertido lo más tarde posible a base de comer bien y sano.

- ¡Oh, cuánto inadvertido! El hombre yerra
que entierra, te vende cara la vida
y no ve que, en viviendo, cayó en tierra!

La última estrofa parecía haber sido escrita exclusivamente para Fray Pablo, y en cierta medida así era, por él mismo. En cualquier caso, era claramente el clamor de una persona que estaba en la misma situación que él, abandonado a su suerte por un asesino que hacía oídos sordos a sus problemas sin darse cuenta de que su suerte estaba en sus manos de los que despreciaba.

El queso de oveja siempre le hacía pensar en Quevedo y, por asociación, el frankfurt con el que lo había acompañado le recordó a Hans. Fray Pablo, antes de entrar en el monasterio había sido el muchacho de los recados para Hans el alemán. Igual él estaría interesado en lo que sucedía en el monasterio y tal vez conseguiría librarle de la amenaza que pesaba sobre su cabeza. Desde lo de Fray Dominico no había vuelto a probar la merluza.

Lástima que el magnífico razonamiento poetizado que había llevado a cabo no fuera guarnecido con un poco de cautela. Imaginándose habilidoso cometió el error de enviar un mensaje a Hans empleando el servicio de mensajería habitual. Qué mejor que camuflarse en el flujo habitual de comunicaciones. Con lo que no contaba es con que el asesino había dispuesto como medida de precaución una dirección de correo en la que le advertían de todos los servicios contratados en la cuenta del monasterio.

Así, el primero que supo del mensaje de Fray Pablo fue el asesino, mucho antes que Hans, el alemán. Podía imaginarse el contenido:

- Estimado Hans, espero que la presente te encuentre bien. Estos últimos años desde que nos separamos me he visto metido en un tinglado curioso. Creo que puede interesarte. Vivo en un monasterio vestido de fraile, pero mi único deber es pasarlo bien y, de vez en cuando, recibir un FAX y reenviarlo por mensajero. Los FAX son informes con nombres de personas y direcciones. La respuesta es un sí o un no. Una vez la tengo, debo transmitírsela al remitente del FAX. Ese es mi trabajo. Cada golpe sale a 6000 euros y sale a uno o dos por semana. Puedes imaginarte la cantidad de pasta que suma todo. Temo por mi salud, los últimos responsables de las cartas no han acabado bien. El último tuvo un encontronazo mortal con Don Marmitaco, el de las noticias. Creo que puedes leer entre líneas.

Seguro que la despedida era un saludo y la dirección del monasterio, tal vez junto con las últimas cinco direcciones a las que habían enviado los mensajes.

El asesino no cometió más errores en su pronóstico que los que había cometido el jefe del convento en su rememoración del soneto.

El hermano se había significado para una atención especial por traidor, pero el asesino no tenía prisa. El cerco que se estrechaba a su alrededor le parecía la cosa más normal del mundo y una parte de él lo había estado esperando. Por un lado el comisario, que de pronto encontraba una pista tras otra de una forma inexplicable; ahora Hans, un asesino profesional de alto nivel, experto en la eliminación a distancia, estaba sobre su pista. Finalmente, y lo que más le preocupaba, Irina estaba al borde de descubrir su secreto.

Parecía que finalmente la historia cogía ritmo. Ya era hora. Para empezar iba a ir a por Hans, la mejor defensa es la eliminación del problema.

Pero antes tenía que ir al instituto a dar su lección de la tarde.

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