Ni pantaloncitos de cuero con tirantes ni gorros tiroleses, ni salchichas de frankfurt ni matronas cargando puñados de cervezas, ni reglas de cálculo ni cabezonería germana. El asesino no tenía interferencias premonitorias con que excusarse. Había fallado él solo y no había a quién echarle la culpa.
Lo que es más, seguía divagando.
Hans le dio un puñetazo que le hizo ver las estrellas y le sorprendió, ¿cómo era posible? Desde que dejó a A Phwar no había recibido ni un rasguño. Excepto por el disparo de un francotirador, un arma de destrucción masiva activada a distancia o una masa de gente en estampida, y tenía que ser mucha gente, y no haber una salida, no creía posible ser alcanzado por otro ser humano. No era una falsa impresión ni orgullo desmesurado, lo había comprobado una y otra vez en innumerables enfrentamientos. Y ahora un tipo pesado y sudoroso, al que le faltaba el aliento por haber bajado un tramo de escaleras, le había dado un directo en la mandíbula y no sólo eso, sino que le había hecho daño. El que no le hubiera arrancado la cabeza era testimonio de que no todo se había ido al garete. Las leyes de la física son, sin embargo, inexorables, si la cabeza no salía volando por si sola, la energía cinética del golpe vencería la inercia de todo el cuerpo. El asesino salió despedido veinte metros.
La sorpresa supuso una impresión mayor que el desvanecimiento transitorio. ¡Era inconcebible! Los veinte metros supusieron la diferencia entre la vida y la muerte.
Hans también estaba algo desconcertado: la cabeza no había salido volando. Se había acostumbrado a descorchar cabezas como quien hace lo propio con el cava. El vuelo del asesino intacto le tomo por sorpresa y le produjo algo de pesar. Ya estaba resoplando desaforadamente y ahora tenía que caminar veinte metros más y agacharse. Tomó dos bocanadas de aire y emprendió el camino, esos segundo de paz le dieron una idea inevitable.
Hans el alemán quería respuestas y el dinero de vuelta. No cayó en que como un malo de película, eso significaba prolongar innecesariamente la vida del asesino con un interrogatorio perverso. Se preparó para sacarle todo lo que sabía. Empezando por los números de cuenta.
En su descargo hay que decir que intentó agotar las posibilidades de fuga y venganza del asesino al máximo. Lo primero que hizo al llegar a la altura del asesino fue partirle brazos y piernas, a conciencia.
Tomó primero el brazo derecho. Sus manos descomunales se cerraron sobre el antebrazo y, como si fuera un mondadientes usado, lo partieron por la mitad poniendo cuidado de que la fractura fuese abierta. El asesino hubiera podido rascarse el hueco del codo con la mano del mismo brazo, si hubiese conservado la movilidad. Después hizo lo mismo con el brazo izquierdo. Para evitar una pérdida de sangre peligrosa, colgó al asesino de un gancho por los codos, lo que conseguía a la vez un efecto torniquete y elevar las extremidades por encima del corazón.
Pasó luego a las piernas, con las que empleó una técnica diferente que daba una idea de cuán meditado era el sistema de interrogación que la familia había perfeccionado durante siglos. No podía arriesgarse a seccionar una arteria importante así que sujeto fuertemente una pantorrilla con cada mano y cerró los puños con fuerza. Cada mano abarcaba toda la circunferencia de las pantorrillas nada delgadas del asesino, y la tremenda presión acabó por astillar la tibia y el peroné de ambas piernas con un crujido estremecedor. Por seguridad tomo luego el muslo derecho con las dos manos y, empleando sólo índice y pulgar por encima de la rodilla y bajo la ingle, con una delicadeza que hubiera resultado cómica en otras circunstancias fracturó también el fémur, cuidando de no desplazar demasiado el hueso para no causar daños a los vasos sanguíneos. Repitió el procedimiento con el muslo izquierdo.
Ahora sólo tenía que esperar a que el asesino se despertase.
No tendría que esperar mucho, el asesino nunca había perdido la conciencia del todo. El dolor nunca le había preocupado y uno de los efectos beneficiosos de la práctica de la vida era que potenciaba el cerebro animal. La parte más directamente ligada con la captura de información del exterior es la zona más primitiva del cerebro, la atención al detalle que requería la disciplina que le había enseñado el anciano había desarrollado esa zona de su cerebro mucho más de lo que es habitual. Los ejercicios de percepción de la realidad eran necesariamente graduales y empezaban de dentro a fuera. Los primeros años el asesino los había pasado, amén de cocinando y barriendo, aprendiendo a escuchar a su propio cuerpo y a mantenerlo bajo control. Habían sido años de reestructurar su propia realidad mental para poder captar la realidad exterior que no admitía interferencias. Puede decirse que el asesino realmente tenía dos cerebros, el consciente que había entrenado para separar conceptos de la realidad percibida, y el animal que estaba entrenado para interactuar con el mundo. Sólo uno estaba apagado.
Así, cuando el alemán le había partido radio y cúbito, el asesino había comprendido su intención por el ángulo y la fuerza que estaba empleando y había manipulado sus músculos para forzar una fractura limpia y afilada, que había cortado el músculo y la piel limpiamente, preservando la integridad de los tendones y los vasos principales. Adivinando la siguiente intención del alemán había hinchado los músculos de sus pantorrillas para simular que eran más gruesas de lo que realmente eran, y luego había contraído con fuerza esos mismos músculos haciendo chasquear la tibia contra el peroné sin llegar a fracturar nada. El alemán había interpretado el chasquido y la pérdida brusca de volumen como un estallido. Los dos fémures estaban realmente partidos, aunque la fractura era limpia. En conjunto el asesino no estaba en una buena situación, pero era la mejor posible dadas las circunstancias.
Después de hacer un breve repaso de sus alternativas, empezó a gemir y sudar copiosamente. Luego despertó.
- Buenas días, amigo- dijo el alemán, también bañado en sudor pero exultante por haber capturado al tipo más temible sobre la faz de la tierra. Bueno, el segundo, ¡ahora él era el más temible!
El asesino enfocó con dificultad la cara del alemán, sin decir nada.
- Coraje amigo, coraje- dijo el alemán descubriendo su costumbre de repetir palabras cuando estaba nervioso.
- Todo ya acabará pronto pronto, sólo tu dime dónde, dónde estás mi dinero y podrás descansar tranquila.
El asesino tosió un poco y tuvo una arcada, finalmente cogió aire y murmuró algo.
- Rmoobd
- Tranquilito, tranquilito. Hablas más despacio.
- Rsmod- dijo en un suspiro, bajito, bajito.
El alemán inclinó la cabeza para escucharle mejor, teniendo cuidado de no poner la oreja al alcance de sus dientes. Todavía conservaba alguna precaución.
- Rosebud- dijo claramente el asesino, convirtiendo la de final en oclusiva sorda y propulsando con fuerza en el mismo aliento el dardo que acababa de regurgitar y que se clavó con fuerza bajo la mandíbula de Hans liberando la carga que llevaba directamente en la carótida. El alemán quedó fulminado de pie. Su constitución no le permitía caer al suelo.
Así, de pie y muerto, todavía tendría un papel en la historia, pues un chip que llevaba bajo la piel y que monitorizaba su pulso detectó la ausencia del mismo y mandó un mensaje a su teléfono móvil, que a su vez envió las coordenadas GPS a Pawel el polaco junto con el código que indicaba que había muerto.
Pawel y Hans no eran amigos, pero tenían un pacto de no agresión y otro de alianza que en teoría debía mantenerles con vida a los dos, por la amenaza que suponía acabar con uno y que el otro buscara venganza. El pacto había sido roto y ahora Pawel se veía obligado a actuar si quería tener alguna esperanza de formar una alianza similar con alguien en el futuro.
El asesino empezaría la labor de recomponerse descolgándose de los ganchos, no sin dificultad. Sus piernas funcionaban perfectamente, con la tensión de los músculos podía mantener perfectamente los huesos en su sitio, pero sus brazos no, principalmente por las tiras que cortaban la circulación a la altura del codo.
Se dio impulso con los pies, columpiándose cada vez más fuerte hasta que alcanzó una amplitud en la oscilación que hizo posible deslizar las correas que sujetaban sus brazos inservibles del gancho del que colgaban por el procedimiento de hacer una pirueta hacia atrás. Aterrizó de pie con los brazos inservibles delante. Aprovechando que estaban extendidos, se sentó en el suelo poniendo cuidado de que siguieran extendidos. Con un cuchillo que extrajo del cinto de Hans con los pies, cortó las correas que le asían los codos, esto le provoco un calambrazo de dolor al recuperar la circulación.
Empezó por arreglar el brazo derecho. sujetando la mano con los dos pies, fue estirando el brazo progresivamente hasta que los huesos que sobresalían se volvieron a insertar en el lugar en que debían estar. En ese momento hizo un puño fuertemente para tensar todos los músculos y mantener los huesos en su sitio. El otro brazo fue más fácil, ahora tenía tres extremidades móviles. Terminó de curarse, cosiendo las heridas y asegurando las fracturas con cordones en el refugio del alemán. Ya estaba listo para enfrentarse con el mundo.
Y decidido a averiguar qué demonios le pasaba. No podía seguir así.
Se sentó porque el mundo le daba vueltas. Había perdido bastante sangre.