Mientras el asesino se recomponía el brazo izquierdo de nuevo, Irina escuchaba las noticias con el corazón en un puño. Según las noticias el asesino había matado a un ciudadano polaco, cuatro vecinos, doce agentes y tres sanitarios del servicio de emergencia, y un perro, como insistía en recordar en ese momento en televisión la reportera que hubiera encontrado a Pawel el polaco poco literal.
Irina no sabía cómo era el retrato robot que mostraban por pantalla todo el rato. Si se le parecía lo suficiente como para causarle problemas o no. Sabía que era fruto de la memoria del comisario, el único que le había reconocido y seguía vivo para contarlo, como repetían los informativos todo el rato como retando al asesino a terminar la faena y darle un giro más a la historia.
- Es casi clavadito, créeme- dijo un susurro a su lado. Alguien se había sentado a su lado en el sofá y no se había dado cuenta hasta que había hablado.
Irina supo enseguida lo que representaba, el último acto se acercaba, pero se resistía a esperar quieta en su papel de borrego para el sacrificio. Ahora que se fijaba, notaba la inclinación de los cojines del sofá, utilizando eso y la voz del intruso como referencia intentó clavarle el bastón entre los ojos. El movimiento fue perfecto y hubiera funcionado de no ser por haberlo telegrafiado antes de hacerlo con la respiración y una ligera contracción del cuello. Irina notó un golpe increíblemente fuerte a medio camino y supo lo que se sentía al fracturarse los nudillos. Su adversario quiso darle un platillo completo y combinó los nudillos fracturados con una fractura del radio y el cúbito que hiciera juego con la que tenía su novio.
El mundo de Irina explotó con un dolor que no imaginaba que fuera posible. Hizó lo que hubiera hecho cualquiera. Se desmayó.
Cuando despertó el dolor no había cedido, pero ya no era una sorpresa, lo que lo hacía más soportable. Apenas. Encontró que no podía moverse en absoluto, ni siquiera los párpados. En el caso de su brazo era una bendición.
- Veo que estás despierta- dijo el susurro a su lado, era desconcertante no oírle respirar ni moverse.
- Intenta no moverte- suspiró a su lado-, sólo te va a doler un momento. El láser te quemó la retina, pero no el nervio óptico y cuando te saque el ojo lo vas a notar.
Irina creyó que no le había oído bien, iba a empezar a preguntar cuando tuvo una sensación extremadamente desagradable, una presión a un lado de la cara, como si algo le estuviera apretando el ojo izquierdo.
- Ahora es cuando corto- dijo la voz.
Irina notó un dolor ácido alrededor del ojo y no pudo evitar gritar.
- Da gracias a que tengo cierta habilidad, te dije que no te movieras, eso incluye los ojos. Si quieres que la prótesis quede bien, te estarás quieta.
Irina no sabía que hacer y el sádico que la había atrapado no le dejó demasiado tiempo para pensar, inmediatamente notó que algo se metía bajo su ojo, dentro de su cabeza y le pellizcaba un dolor exquisito. Intentó con todas sus fuerzas mantenerse quieta, pero le temblaba todo el cuerpo. El dolor que parecía no poder crecer de pronto se hizo luminoso, por primera vez desde que perdió la vista vio algo más brillante que el fulgor que el láser le había imprimido en la retina de forma indeleble. De pronto notó que algo le resbalaba por la mejilla y luego un olor a quemado.
- Casi se me cae, entonces hubiera necesitado el otro. Has tenido suerte. Ahora dime, ¿qué prefieres rojo o amarillo?
Irina temblaba de dolor, pero también de impotencia y de rabia. No quiso darle la satisfacción de elegir por ella.
- Rojo.
Min Tun se rió, como si supiera por qué había elegido el rojo, para atravesarle con una mirada de ira cada vez que estuviera cerca.
- Rojo pues, estáte quieta, esto te va a doler, tengo que asegurarlo a tus músculos.
Irina, extrañamente, no tuvo problema esta vez en cumplir con lo que le pedían. Se encontraba en un lugar más allá del dolor. Le había invadido una calma anormal. Como la calma antes de una tempestad. De repente podía oír la respiración del loco que le había robado un ojo, podía oír el aire desplazado cada vez que movía un dedo, el roce de la fibra en el nudo cuando ligaba una sutura, podía oír los latidos de su corazón y adivinar donde pulsaban las venas de su cuello. Estaba quieta y tranquila, con una tormenta interior.
El primer discípulo de A Phwar pensó que Irina había vuelto a perder el conocimiento, por eso dejó de hablar y terminó la operación en silencio. Luego se encaminó al teléfono, todavía tenía que hacer unas llamadas.
El comisario estaba menos en desgracia de lo que pensaba. Doce GEOs muertos en la misma operación contra un sólo hombre era algo tan inconcebible que nadie podía acusarle de no preverlo, además todo se había hecho de acuerdo al reglamento, incluso los tres supervivientes apoyaban al comisario. Por eso en lugar de estar aguantando un rapapolvo, el comisario estaba en la comisaría cuando llegó la llamada.
- Buenas tardes, tengo información sobre el tipo ese que ha salido en las noticias, el de los GEO- dijo una voz al teléfono.
- Dígame usted- dijo la recepcionista con la misma voz animada que llevaba empleando desde que empezó su turno. El número de gente necesitada de un ratito de aventura siempre le parecía sorprendente.
- Se llama Carlos Birbo, hasta hace poco daba clases de ciencias sociales en el instituto de secundaria Cid Campeador. Mientras estuvo aquí mantuvo una relación íntima con una profesora de física: Irina Pardo.
- Su nombre y dirección, por favor.
- Andrés Verdún, con uve. Calle de la Mofeta 34, 1-2- dijo Andrés, esperando que pillasen al cabrón.
La recepcionista no estaba acostumbrada a que le dieran la identificación a las primeras de cambio. ¿Sería posible que el chaval este supiera de verdad quién era el asesino? Decidió jugársela.
- Un momento por favor, le voy a pasar con el comisario.
Pero el chaval ya había colgado.
La información llegó al comisario con urgencia. El comisario llegó a casa de Irina aún más rápido. Irina Pardo era la hermana de Leopoldo Pardo, la única testigo, aparte del propio comisario, que había vivido después de interactuar con el asesino. No podía ser una casualidad.
Cuando entró en el piso, lo primero que vio fue el frasco de cristal desde el que le miraba el ojo de Irina. Luego se fijó en la nota que había debajo:
“Comisario, acuda usted solo al almacén 324 en el polígono de Lepanto. En realidad puede usted traer a tantos hombres como crea necesario, pero sus muertes caerán sobre su conciencia. Este ojo debería demostrarle que no bromeo.”
El comisario se dio cuenta tarde del piloto rojo que brillaba en un extremo de la habitación. Cuando llegó a la cámara, la secuencia ya había sido transmitida a las cadenas de televisión.
El asesino vio al comisario en las noticias, también vio a Irina, mirándole igual de ciega desde el frasco que unos días atrás le había mirado desde la almohada. El ángulo de la cámara no mostraba el contenido del mensaje, pero eso no sería ningún problema, seguro que algún policía sabía lo que decía.
Aparte de policías, la guardia civil también sabía del lugar en que el comisario tenía la cita. Se había solicitado el apoyo a la Guardia Civil, específicamente a la unidad especial de intervención, por considerarlo más apropiado que a la infantería de marina que es lo que había solicitado el comisario. En cualquier caso, el contingente armado que se había preparado para asaltar el almacén 324 era apropiado para tomar al asalto una fortaleza.
El asesino tuvo que eliminar a cuatro policías, en escalas crecientes de responsabilidad para llegar hasta el inspector jefe que le dio la información concreta del polígono Lepanto, almacén 324. También le explicó todo sobre el grupo de intervención pluridisciplinar que habían organizado para tomarlo al asalto.
Perfecto, eso le daría tiempo de rescatar a Irina y acabar con Min Tun. Ahora estaba seguro de qué era lo que estaba pasando y no podía haber llegado en peor momento. Se preguntó cuánto habría sido organizado y cuánto fruto de la improvisación. Sabía que nunca tendría la respuesta. Pronto estarían muertos él o la única otra persona que sabía la verdad.