Ayer nos enfadamos mi mujer y yo. Todo empezó por una tontería: ella dijo lechuga y yo entendí pechuga. Un drama culinario sin más trascendencia, excepto por el tono en que lo dijo. Su si bemol combinado con el impacto explosivo-oclusivo de la pe mal percibida dispararon a la neurona trastornada que tengo conectada a la membrana basilar y me hicieron ver todo rojo.
Ella sabe de mi neurona y normalmente el malentendido hubiera terminado ahí, excepto por la longitud de onda en que yo me ruboricé. Mi esposa sufre un trastorno en el nervio óptico que le provoca una subida de la mala leche cuando percibe luz reflejada con longitudes de onda de entre 680 y 685 nanómetros, exactamente el tono que adquirieron mis mejillas. Por correspondiente, empezó a echar humo por las orejas.
Así que ahí estabamos los dos en estado de agresividad contenida cuando cayó la proverbial gota que colmó el vaso: sonó el teléfono y saltó el contestador de forma instantánea.
— Ves como estaba mejor desactivado — grité yo entre destellos de furia.
— Sí, y así cuando nos llaman no nos enteramos — contraatacó ella empañando los cristales de mis gafas con el vapor de su ira en ebullición.
— Pero si no sabemos escuchar los mensajes.
— Pero si no los tenemos no sirve de nada aprender.
— Tú siempre le das la vuelta a todo.
— Y tú siempre quieres tener la razón.
Este frenesí de originalidad en la disputa doméstica continuó escalando en la banalidad hasta que los dos dijimos algo que no debíamos haber dicho y los dos nos arrepentimos. Inmediatamente. Pero siempre es demasiado tarde para retirar la última palabra y se quedó entre los dos como un zarzal.
El resto del día fue de diplomacia contenida y de gestos de reconciliación por las dos partes: yo puse la lavadora, ella cambió la bombilla fundida del baño, yo fregué los platos, ella tendió la ropa; pero nos fuimos los dos a dormir sin haber hablado y, por lo menos en mi caso, todavía con el rencor a flor de piel.
Al despertar me he encontrado en el tendedero a su camisa abrazando a la mía y he sabido que nos habíamos perdonado.