Estos días he estado distraído. Y casi no lo cuento.

Todo empezó inocentemente hará una semana. Tenía un ratito libre y, perdido en la variedad que suponía, me senté a contemplar las musarañas. Medio ratito despúes, una vocecilla inocente se preguntó en mi interior:

— ¿Qué aspecto debo tener aquí sentado viendo depositarse el polvo?

Me imaginé a mi mismo contemplándome sentado disfrutando de un momento de ocio y me pareció divertido. La vocecilla, animada, pensó en voz alta:

— ¿Qué aspecto tendría yo si me observara a mi mismo vigilar mi propia meditación?.

Me imaginé a mi mismo viviéndo sin vivir en mi fuera de mi y mi cerebro se estiró. Pero la vocecilla ya no callaba:

— Si pudiera ver la cara que tendría si me hubiera podido ver viéndome pensar, ¿qué cara sería esa?

Y por un momento pensé que se me dislocaba el cerebelo, pero en un esfuerzo me imaginé a mi mismo entrando por la puerta en el momento que un tercer yo vigilaba a un segundo yo mientras me observaba. Distraído como estaba en este malabarismo divergente de personalidades, no caí en silenciar a la voz que decía inoportunamente:

— ¿Será posible añadir un individuo más a esta cadena de vigías?

Me temblaban las pupilas cuando me dí cuenta de que me veía mirando al yo que acababa de entrar por la puerta y que se sorprendía al ver que a su vez estaba contemplándome fuera de sí mientras observaba como un segundo yo me veía mistificado. Antes de que la vocecilla dijese nada me imaginé a mi mismo, el yo verdadero, frente a un espejo abriendo los ojos y cerrando el círculo, vislumbrando entre lágrimas esa cadena de yoes que me observaba cuatro veces transitiva. Pero la vocecilla no quería dejar de ser la última en hablar y dijo lo que me ha tenido lobotomizado hasta hoy:

— ¿Cómo se vería todo esto si a tu espalda hubiera otro espejo?…