Desde el primer momento el comisario supo que la noche no iba a acabar bien. La aproximación al polígono había sido sencilla, pero nadie sabía que el bloque 324 quedaba alejado del resto de almacenes y llegar hasta él suponía atravesar un descampado de casi medio kilómetro en cualquier dirección. Ni que el descampado estaba lleno de chatarra y coches aparcados.
El comisario intentó conseguir un operativo aéreo que pudiera acercar a un par de comandos al almacén desde el aire, pero no lo consiguió, los helicópteros estaban ocupados en una persecución con misiles, un grupo de atracadores había robado un banco y se fugaba en un helicóptero militar en el otro extremo de la ciudad. Cada vez se parecía todo más a una película de la jungla de cristal. No era una casualidad.
En cuanto llegaron al perímetro del almacén, donde empezaban los 500 metros de chatarra, la pared del almacén se iluminó resaltando la silueta de Irina, sujeta de las manos y los pies a una plancha de madera que colgaba a unos cinco metros del suelo a media fachada. Uno de sus brazos tenía una herida descomunal por la que se veía asomar el hueso. Sin embargo la muchacha parecía tranquila. Debía estar drogada.
Inmediatamente después se escucho un grito ahogado y empezaron las hostilidades.
- ¡Cuidado con la rehén!- gritó el comisario, sin necesidad, porque nadie había abierto fuego todavía.
El grito había venido de uno de los guardia civiles, que había recibido el impacto de una flecha en el muslo que le había seccionado limpiamente la femoral y se estaba desangrando.
No había parado de gritar cuando se escucharon cinco gritos más, simultáneos, y otros cinco individuos cayeron sobre la tierra. Los surtidores de sangre que manaban de sus piernas convirtieron pronto la arena en barro.
Todavía no habían oído ninguna de las flechas, mucho menos localizado al tipo del arco y ya habían caído una décima parte de los agentes del dispositivo.
El siguiente grito lo dio uno de los cuatro francotiradores que se habían apostado con la esperanza de encontrar al asesino con las miras de infrarrojos. El grito fue más un gruñido que un grito y la flecha no le había seccionado la femoral, se le había clavado en el ojo a través del visor.
Las flechas significaban que estaba más cerca de lo que pensaban.
Los dos siguientes francotiradores murieron sin proferir siquiera un gruñido, la única señal de que habían caído eran las plumas que sobresalían de los visores y el ruido de los cristales al romperse. Después cayeron tres agentes de a pie.
El cuarto francotirador murió de una forma diferente, estaba en un extremo del descampado, junto a la pared de granito que formaba la montaña adyacente al polígono. Su muerte llegó desde atrás. El asesino deslizó una hoja de acero en la base de su cráneo. Luego se lanzó a la carrera hacia el almacén. Min Tun estaba ahora en la otra punta del campo, no tendría una mejor oportunidad, para asegurarse lanzó un tiro en dirección a Min Tun, sabiendo que iba a acertar en la plancha metálica que tenía justo detrás en ese momento, llamando la atención de todos esos policías que iban a morir.
Min Tun sonrió y luego no tuvo más remedio que concentrarse. Los veinte policías que tenía delante le habían visto. El arco coreano que estaba utilizando lanzó las últimas cinco flechas todas juntas y luego dejó de ser útil. Ahora tocaba moverse, no podía volver al almacén. El asesino había conseguido sus minuto de intimidad. Se lanzó hacia adelante y desenvainó las dos espadas.
El comisario no podía creer lo que estaba viendo. Venía un tipo corriendo con dos espadas contra una fuerza equivalente a dos secciones de infantería armados hasta los dientes. ¿Qué pensaba hacer? Le iban a cortar por la mitad.
Los agentes dispararon y el tipo desapareció. Todos miraron arriba y la vieron volar, había saltado unos dos metros en el aire, apuntaron arriba y volvieron a disparar, pero el tipo pareció saltar desde el aire hacia abajo, mucho más rápido que la gravedad. Seguía corriendo hacia los agentes y todavía no le habían hecho un rasguño. Volvieron a apuntar al suelo y disparar, volvió a saltar al aire, pero esta vez estaban preparados y le siguieron con los fusiles para reventarlo mientras volaba, sólo que esta vez no voló, salió despedido lateralmente contra un coche.
Nadie lograba entender lo que pasaba y el hombre estaba cada vez más cerca. El comisario fijó la vista de nuevo en el individuo que ya estaba casi sobre sus efectivos. Cuando volvieron a abrir fuego vio que saltaba a la vez que lanzaba la espada a la derecha, clavándola en un árbol y el salto esta vez ni siquiera llegó a elevarse, los agentes ya lo estaban esperando y disparaban arriba, a media altura se desvió a la derecha tirando fuertemente de la cadena que unía su mano y el pomo de su espada. Ya estaba casi sobre los agentes.
- ¡Mirad la espada, la está utilizando para lanzarse de un lado al otro!
El individuo seguía corriendo, si llegaba a la altura de los agentes todo estaba perdido, el comisario no se hacía ilusiones sobre la capacidad de lucha cuerpo a cuerpo de sus agentes y en el barullo la superioridad de tiro iba a desaparecer. Era increíble, pero su pequeño ejército estaba a punto de perder contra un solo hombre.
Apuntó al individuo, esperando que saltase en el aire.
La siguiente ráfaga le hizo saltar de nuevo, lanzando su espada hacia una camioneta que había aparcada a su izquierda esta vez. Los agentes ya apuntaban arriba a la izquierda cuando lanzó su otra espada al suelo a la derecha y con el doble anclaje hizo un descenso en zig zag hasta el suelo evitando todos los tiros de los desconcertados agentes. El comisario eligió ese momento para disparar. Sólo para ver como el sospechoso desviaba la bala con su muñeca. Como en un tebeo, el tipo llevaba unos brazaletes metálicos y acababa de utilizar uno para desviar la bala que el comisario había dirigido entre sus ojos, con la esperanza de que saltara y alcanzarle en los huevos.
No tuvo tiempo de pensar más, porque el huracán ya estaba entre sus hombres, cortando cabezas, brazos y piernas. Recorrió el frente del asalto como un surfista se desliza por la cresta de las olas. De un agente al siguiente, dejando tras de sí una estela de sangre y gritos, al comisario lo pasó con un guiño y una sonrisa, y cuando quiso perforarle la nuca de un disparo, se dio cuenta de que le había quitado la pistola al pasar. Cuando se agachó para recuperar el fusil de asalto de uno de los agentes caidos, el criminal ya no estaba a la vista, pero los gritos se seguían oyendo. El comisario, cambiando de objetivo se fue corriendo hacia el almacén, buscando con la mirada a Irina ¡que ya no estaba allí!
El asesino había descolgado a Irina y le estaba curando el brazo. Irina sabía que no tenían mucho tiempo y tal como estaba el asesino no podría hacer nada.
- Tengo algo que decirte, pero no lo voy a hacer hasta que no acabes con Min Tun- dijo Irina.
El asesino pareció centrarse. Cerró los ojos y cuando los abrió Irina notó un cambio en él. O mejor dicho, no notó nada. Había dejado de escuchar sus jadeos. Irina seguía teniendo la extraordinaria receptividad que había descubierto cuando el despiadado Min Tun le había arrancado el ojo. Aún ahora podía oír a Min Tun correr ahí afuera, los tajos que daban sus espadas, y los pasos del comisario acercándose a la carrera fatigado; pero al asesino, cuya proximidad notaba en la cara, no lo podía oír.
- Te encontraré, vete lejos- dijo el asesino, y desapareció.
Cuando el comisario llegó hasta Irina, se encontró con la mirada bicolor que le enfocaba directamente.
- Comisario, quédese aquí si quiere acabar la noche con vida- le dijo Irina, sabiendo que lo que iba a pasar afuera no admitía espontáneos. Pero el comisario ya había dado media vuelta y volvía a la puerta del almacén.
Ya no se oían disparos afuera, todos los agentes estaban muertos o camino de ello. El comisario se asomó a la noche esperando ver al asesino o su enemigo, pero los dos parecían haber desaparecido. Escuchó el ulular distante de los refuerzos que había solicitado, pero sabía que nunca llegarían a tiempo al almacén.
De pronto el hombre de los susurros apareció unos doscientos metros a su izquierda, aún empuñando las dos espadas que todavía brillaban como si no acabaran de despedazar a más de medio centenar de agentes. El comisario apuntó con calma y disparó, para ver como el blanco se movía a la vez que apretaba el gatillo. Por el rabillo del ojo vio que el novio de Jesús aparecía de pronto de las sombras. Con las manos desnudas se dirigía al hombrecillo de la sonrisa inquietante. El comisario apuntó y disparó, pero igual que en el disparo anterior, el asesino pareció adivinar donde apuntaba y en el momento de descerrajar el tiro ya no estaba en el mismo sitio. El comisario echó a correr hacia los dos, necesitaba estar más cerca.
La colisión de los dos inquietantes luchadores le hizo detenerse.
El asesino desarmado esquivó lo que parecía un molinillo de metal afilado como si pudiera ver las hojas que dibujaban un plano continuo y brillante en el aire. Aprovechando que estaban distraídos el comisario afinó la puntería y volvió a apretar el gatillo, haciendo un doble disparo. Sin pararse a pensar ni detener su lucha contra el asesino, el oriental esquivo las dos balas. El asesino sí debió de ver algún cambio, porque en el momento de apretar el gatillo el comisario, lanzó un golpe a la mano izquierda de Min Tun que le hizo soltar una de sus espadas al fracturarle todos los huesos.
Si Min Tun lo consideró un problema nunca lo sabremos, desde luego no dió señal de haberse enterado y prosiguió el ataque con la derecha y lanzando patadas e incluso algún golpe con la izquierda fracturada, con la que no podía ni formar un puño.
El comisario estaba ya a unos treinta metros de los dos cuando apuntó de nuevo, esta vez al tronco del asesino que le daba la espalda en ese momento y disparó de nuevo. El asesino se apartó, y Min Tun también, como si le hubiera visto a través del asesino, solo que esta vez, además de apartarse los dos lanzaron sus espadas, que atravesaron al comisario rebanando su corazón en tres lonchas. El comisario se desplomó en el acto y nunca supo como terminó el combate.