Juan, Pedro y Lucía viven en el sótano y hacen una pareja curiosa. Pareja porque Juan y Pedro son prácticamente siameses, y Lucia siempre va con ellos.
Juan es cantante, canta como los ángeles. Tambíen tiene una memoria prodigiosa, es capaz de memorizar cualquier cosa instantáneamente. Desgraciadamente su capacidad para olvidar también es espeluznante, al poco ya sólo le quedan fragmentos desordenados dando tumbos por las neuronas. Juan se llama en realidad Janos, y es húngaro. Nació en Kecskemét, a menos de 90 Km de Budapest. Juan es como le llamaron al llegar y el nombre se le ha quedado.
Pedro no sabe cantar, pero tiene buena memoria y sabe hablar húngaro. Por fortuna, porque Juan no ha aprendido español. Por su memoria. Pedro controla el repertorio y se lo va dando a Juan de canción en canción, así Juan sólo necesita recordarlas de una en una, lo que le resulta bien fácil con su extraordinaria, pero limitada, capacidad.
Se conocieron en la Rambla. Juan cantaba canciones sobre un cajón cada cinco minutos aproximadamente. Se subía, cantaba una canción, se bajaba, se aprendía la siguiente con el walkman y se volvía a subir para cantarla. Así pasaba el día. Por las noches intentaba encontrar un sitio en los bares con música en directo. Las audiciones iban fabulosamente bien, pero luego su método de interludios silenciosos no acababa de cautivar. Al poco se corrió la voz y nadie le quería contratar.
Pedro trabajaba de oficinista en una sucursal de la Caja Rural y al mediodía se daba un paseo por la Rambla hasta el mar en lugar de ir a comer. Para ahorrar. Le llamó la atención una de las pocas melodías que Juan no necesitaba aprenderse antes de subir a cantar, una nana que le cantaba su madre y que Pedro había oído muchas veces a su propia madre y a su abuelo, originario de Szeged, menos de 90 Km al otro lado de Kacskemét. Eso les dio algo de que hablar. Enseguida descubrieron que tenían muchas cosas en común. Todo menos la música, Pedro es duro de oído, pero tiene iniciativa. Él fue quien sugirió el método que permitiría a Juan conquistar la noche musical: acelerar la música en los intermedios.
Sin saberlo, Juan se había estado limitando al memorizar al ritmo normal. Tras unas cuantas pruebas descubrieron que su cerebro desequilibrado es capaz de procesar el sonido a un ritmo vertiginoso. Una canción en dos segundos suena como un chirrido… A todo el mundo menos a Juan, cuyo cerebro es capaz de detectar desacordes e incluso dejes regionales a esa velocidad.
Formaron pareja artística: Juan la voz y Pedro el agente; y mano que le da al “Play” entre bambalinas tras cada canción para que Juan las memorice en las pausas por medio de un auricular inalámbrico. Todo parecía perfecto, pero a pesar de que todo el mundo coincidía en que la voz de Juan era prodigiosa, sus recitales cada vez congrebaban menos público.
Ahí entró Lucía, que tampoco sabe cantar. Ni húngaro. Pero sí sabe de música. Lucía era camarera en uno de los locales en que solía actuar Juan en su reconquista del ámbito noctámbulo. Quedó maravillada por su voz el primer día que le escuchó y consternada por la selección de canciones repetitiva y nada original las noches siguientes. Poco después de que les cancelaran el contrato y verse obligados a volver a la Rambla, uno al cajón y el otro a la oficina, Lucía se les acercó y les ayudó con la vencida. Ella selecciona a partir de entonces el repertorio y controla la puesta en escena. Son un éxito local.
Los tres viven juntos desde entonces camuflados en mi terminal y han acabado por echar al gordo iTunes de su piso con ventanas en mi escritorio. Sus bolos son legendarios.
Pero no son perfectos. Si la canción es muy larga, Juan puede sufrir olvidos momentáneos que hacen que titubee a media canción, hasta que Pedro le mete un chute de sonido a todo trapo. Otras veces, como Pedro es duro de oido, no escucha las indicaciones que le hace Lucía. Lucía tampoco es perfecta, a veces no encuentra lo que busca al ritmo de tabulador. Son problemas que requieren cirugía, pero de momento se evitan escribiendo más, haciendo que Lucía repita las cosas un par de veces y procure no pasarse de 15MB al elegir las canciones. Si eres cirujano, quizás puedas darle una solución, la pareja de tres no es restrictiva en ese aspecto, pertenecen a la mutua General de Pacientes Libres.
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(Para mac os x, en otros unix igual también van, pero no lo he probado; de windows no sé nada).