Peter T. O’Grulle, cuyo nombre fue deformado en un viaje a Langreo en el que corrió mucha sidra, fue un pastor escocés convertido en marinero por las fiebres de malta. Su nombre alcoholizado es ahora sinónimo de obviedad por su afición a decir tonterías sabidas por todos. Como por ejemplo: “si te vas ahí, ya no estarás aquí.”
Menos conocido es su hermano, Eoghan B. O’Grulle, cuyo nombre corrió parecida suerte pasando a formar parte de nuestra lengua como sinónimo de enredar y confundir por la terrible (para él) forma que tenía de decir adiós en los mesones a base de tópicos entrelazados. Eoghan desembarcó en Cádiz mareado por el viaje y consiguió mantener su indisposición durante seis semanas a base de manzanilla y tapas de calamar. Cayó redondo en la primera taberna que pisó porque no logró salir de ella mas que a rastras. Su tremenda (para él) despedida rezaba así: “Dejo en este lugar hermanos de jarra y recuerdos de barra. Me voy en libertad, como un pájaro que vuela con ciento, no como uno atrapado en mi mano, que estrecho con la vuestra para expresar una amistad que nadie puede romper. Una amistad más fuerte que un barril de ron, que se rompe de un mazazo cuando la sed aprieta el gaznate y la nuez, que diferencia a Eva de Adán, el que mordió la manzana, esa fruta prohibida cuyo nombre es tan similar a este dulce elixir… ¡Mesonero, otra ronda de manzanillas, y unas patitas de calamar para picar!”
Siempre me ha parecido insoportable que se haya perdido el único registro que consta de una reunión entre ambos hermanos en el camino a Valladolid, en una pequeña venta a orillas del Pisuerga donde dieron los dos en pasar la noche. Solo nos ha quedado la breve referencia que hace Mosén Bruno de Ureña en respuesta a una carta de su amigo el Prior Martín del convento de las hermanas Clarisas: “Al recibo de su misiva con la muy graciosa anécdota de los dos famosos hermanos y el elevado diálogo -más por el esfuerzo necesario para alcanzar a entenderlo que por las ideas debatidas- no he podido menos que agregar a los dos a mis oraciones matinales y pedir que les sea propicio el largo viaje que acaban de emprender a tierras niponas. Me atrevo también a sugerir una palabra para describir el encuentro pensando que sería acertado decir que fue un puro perogarbullo. Espero que este término sea de su agrado y arraigue con tanta fuerza en nuestro idioma como los dos vocablos que nos han traído los norteños: perogrullada y engarbullar; de los que ciertamente andábamos necesitados.”
Es obvio que el palabro no terminó de prender y lamentable que el mosén fuera más desordenado que el prior y la carta de este se haya perdido para siempre. Aún así, se nos abre con este atisbo de lo sucedido una puerta a la esperanza: el rumbo de los dos O’Grulle viró hacia el oriente. Alguien debería ir a investigarlo, cabe la posibilidad de que hayan dejado algún rastro de su paso por el imperio del sol naciente.
Y eso es exactamente lo que voy a hacer.
El día 1 de abril del corriente marcho hacia Japón con el propósito de desentrañar el misterio. No sé cuánto tiempo me llevará.