Otra semanita más. Poco a poco voy acercándome a la regularidad y entonces dejaré el formato este de querido diario para pasar a las entradas habituales.
Día 15 de abril (martes)
Me empiezo a cansar de los chinos de mi clase. Sin cinco y todos hablan demasiado. Al principio me hacía gracia escucharlos porque parecía una película de kung fu de las malas y que en cualquier momento alguno de ellos se iba a poner a practicar la técnica del ciempiés longilargo borracho. Pero tienen la costumbre de explicarse o comentar las cosas a grito pelado durante la clase, en chino, interrumpiendo a la profesora, que siendo japonesa no tiene el temperamento para cortarles y tenemos que esperar a que todos lo hayan entendido bien y se hayan cansado de hablar para seguir la clase. Esto sucede unas veinte veces cada día y me empieza a atacar los nervios. Aparte de que la que se sienta a mi lado es una competente practicante del grito hipohiperhuracanado de la escuela de Pei Pei Po (Tamo).
Para superar la debilidad que me provocan las interrupciones constantes, a la hora de comer me he ido solo a comer a なか卯 otra de las cadenas de comida rápida que hay a millones por todo Japón. Esta se especializa en 丼, うどん y カレーライス. La comida es comestible. El servicio es interesante, al estilo de los comedores universitarios. Te compras un ticket en una máquina y lo llevas a la barra, donde te sientas y te sirven. Interacción verbal cero. Comes en tres nanosegundos si eres japonés, diez minutos si eres extranjero. Y te vas.
Día 16 de abril (miércoles)
Siendo miércoles y habiéndose comprometido el vendedor a hacernos entrega del horno microondas ese día, el día empieza con una llamada por teléfono avisándonos de que el reparto tendría lugar a la hora convenida, las 9:00 de la mañana. Si nos parecía bien. Nada más lejos de su intención que interferir en la cadencia de nuestras vidas, que podía volver a otra hora si nos iba mejor. Me ha inspirado:
El horno llegó.
Ya, armonía vital,
aso cerezos.
Día 17 de abril (jueves)
Hoy mi cuñada no ha salido a la calle y la lluvia se ha hecho con el paisaje. Por supuesto ese es el día que mi hija ha elegido para olvidarse los pinceles de caligrafía en casa. El primer día de clase de caligrafía japonesa y mi hija sin pinceles. Y yo me he dormido, así que no podía pasar por el colegio primero a dejárselos, que si llego tarde la profesora demasiado tímida para cortar las conversaciones de los chinos me atraviesa con la mirada. La tarea ha recaído sobre mi querida esposa que en un hábil cambio de juego se la ha pasado a mi suegra, dejando patidifusos a los defensas del equipo rival. No se sabe muy bien cómo, la jugada ha terminado con toda la familia comiendo sushi gratis. Bueno si se sabe cómo, pero es complicado.
Mientras nosotros elaborábamos desde atrás, mi suegra en el medio campo armaba un complicado trueque. Resulta que tiene un amigo que tiene un restaurante de sushi y al que le gustan los gatos. A mi suegra también le gustan los gatos y tiene un coche, cosa que le falta al dueño del restaurante que en cambio anda sobrado de gatos alrededor del restaurante, con el consiguiente riesgo sanitario. Así que mi suegra se ofreció a trasladar los gatos a donde él quiera, que en este caso es un terreno en las afueras de Kioto propiedad de dicho propietario y donde los gatos podrán vivir a cuerpo de rey. Siendo esto Japón, esto le genera al chef una deuda que tiene que pagar como mejor pueda y qué mejor, para nosotros, que invitarnos a sushi y sashimi. Hasta aquí todo parece razonable aunque sea difícil entender qué pintamos nosotros (mi mujer, los niños y yo) en todo el tinglado.
Sin embargo, ya el día que aterricé en Japón, recordaréis, comimos sushi y sashimi en cantidades ingentes. Esto fue por cortesía del susodicho. Y con generosidad tal que la deuda con mi suegra no sólo se consideró saldada sino que generó un sentimiento de deuda subsiguiente en mi suegra por exceso en la correspondencia. Como todavía quedaban gatos por transportar, mi suegra por supuesto consideró que debía hacerlo y así lo hizo. Pero en un giro inesperado del lance, esto provocó mayor sentimiento de deuda en el maestro cocinero, que nos ha vuelto a invitar a sushi.
La situación tiene toda la pinta de degenerar en una espiral de deuda infinita de la que podemos salir beneficiados.
Mientras haya suficientes gatos.
Estoy pensando en comprarme una flauta y unas raspas y atraerlos yo por las calles de Kioto.
Día 18 de abril (viernes)
Mi cuñada sigue en interiores y está diluviando. Hoy jornada de puertas abiertas en el colegio de mis hijos a la que no voy, porque tengo el mismo horario de clase que ellos.
Día 19 de abril (sábado)
Madrugamos porque hoy empiezan las clases de fútbol a las que creíamos todos que mi hijo quería ir. Nos vestimos, mi hijo se pone su camiseta de Eto’o y se calza las zapatillas deportivas. Llegamos a la concentración, que realmente está bastante concentrada, hay por lo menos cincuenta niños y mi hijo cambia de opinión.
- Oye que no quiero ir.
- Pero qué dices, seguro que es como en kárate, que no querías entrar y ahora estás todo el día dando patadas y puñetazos
- No, no quiero ir
Total que no hay fútbol. Como no necesitará tanta fuerza, hemos aprovechado para cortarle el pelo. Y en la peluquería le han afeitado la pelusilla de bebé que le quedaba. A mi hijo de 6 años. Luego se quejan de que no les sale el pelo en la cara, claro, si lo acojonan de pequeñito…
Día 20 de abril (domingo)
El día temido por fin ha llegado. El día 14 pasó sin sobresaltos, a pesar de que era el día en que abría IKEA en Kobe. Yo pensaba que había esquivado una buena, pero no. Después de comer se han presentado mi cuñada y su marido. Hacía un día espléndido y nos hemos ido todos a pasarlo junto con otros mil millones de japoneses en Kobe, en el IKEA nuevo.
La verdad es que todavía estamos sin mesa del comedor, sillas y otros muebles considerados básicos para la vida como la mesa del ordenador y la silla correspondiente, así que puedo entender el porque del viaje, pero aún así me jode.
A medida que nos acercábamos al IKEA veíamos unos señores con señales que decían: hay colas para entrar, tiempo estimado para entrar en el establecimiento ¡TRES HORAS! Intenté convencer a todo el mundo de que era mejor dar la vuelta y volver otro día, pero pesaron más los quince euros de peaje que llevábamos pagados que la amenaza de tres horas de cola. Al final resultaron ser sólo veinte minutitos de nada. Pero medio Japón estaba dentro del IKEA. Aún así compramos casi todo lo que nos faltaba.
Llenamos el coche y suerte que no quedaban sillas IVAR, porque si no tenemos que volver en tren. Aún así volvimos bastante incómodos. Ahora me esperan unos buenos dolores montando muebles. Para celebrarlo nos fuimos de tapas a la japonesa, que es como la española pero más escaso y caro.
Día 21 de abril (lunes)
Estoy pasando un bache con el japonés. Mi cabeza está llena de kanjis, palabras nuevas y gritos de chinos. No hay que desesperar, la verdad es que estoy aprendiendo a un ritmo acojonante, así que puedo permitirme olvidar algunas cosas. Ya las volveré a aprender cuando repase. Además tengo buenas notas, claro que sigo sin poder mantener una conversación natural. Sólo sé hablar de paraguas negros o largos, tomar café y pan para desayunar y la hora a la que me levanto por la mañana.
Por la tarde hemos ido de compras otra vez. Qué difícil es llenar una casa de cosas tremendamente necesarias. Hoy tocaba cortinas, que empieza a pegar fuerte el sol. No nos hemos decidido.
{ 2 } Comments
Konnichiwa Enrikeru-san (^_^).
Me ha encantado saber que tienes un blog, y me he reído con tus jocosas experiencias. Creo que me haré ferviente lectora de él, pues aún me quedan por leer entradas.
Ookii kisusu (^_^*). Mata ne.
Encantado de tenerte por aquí.
En tu caso sé que no te creerás nada de lo que lees aquí, así que me quedo tranquilo, pero para el resto de navegantes, el blog de Raquel sí tiene información verídica sobre la cultura japonesa. Digamos que el mío siempre está en la vanguardia y algunas interpretaciones pueden no resultar acertadas.